ALAS NEGRAS
Capítulo 3
Que empiece el juego
Por la noche Agatha se vistió a conciencia porque quería resultarle imponente al sirviente de Kenzo. De lo poco que sabía de ese dominante es que seguía tan implacable en el campo de batalla como recordaba. Nua no le había podido facilitar una ilustración de su aspecto porque Kenzo se mostraba tan receloso con él, que pocos podían saber con exactitud cómo era. Así que se había tenido que conformar con una lista la mar de extraña sobre su personalidad y sus hazañas.
Allí se decía que Kenzo seguía gobernando Feida y que durante las últimas décadas había salido victorioso de todas sus guerras. Parecía que era un hombre astuto, de mente ágil y pensamiento estratégico, y no había duda de eso porque no había ni una sola derrota en el cuadernillo que Agatha había estado estudiando. «¿Qué haré si quiere declararme la guerra?», se preguntó mientras una criada terminaba de peinarle su larga cabellera castaña en un elaborado moño.
—Ya está, mi señora.
—Muchas gracias, Agna.
Agatha se levantó para inspeccionarse en el espejo. Su cabello castaño decorado con horquillas plateadas se veía hermoso y su largo vestido plateado era extremadamente insinuante. Como si fuera una segunda piel se adhería a su cuerpo y a Agatha le recordó la piel de una serpiente. «Hoy debo ser una serpiente de cascabel, astuta y perspicaz».
Se había puesto el vestido más ostentoso que había encontrado en su armario. De manga larga y cerrado hasta el cuello con una espalda tan abierta, que la exponía toda hasta por encima de los glúteos. El vestido llegaba a tocar el suelo con una gran cola que serpenteaba al moverse.
Los dominantes eran egoístas por naturaleza, impulsivos y temperamentales. De hecho, a Agatha le costaba en más de una ocasión controlar su carácter, así que podía esperar cualquier cosa de un hombre acostumbrarlo a tenerlo todo. ¿Qué podría desear un hombre que lo tenía todo? Escucharía lo que tuviera que decirle Kenzo y después, ya pensaría con Nua una estrategia conveniente.
…
A la hora acordada Agatha salió de su habitación dispuesta a afrontar su primer enemigo. Como siempre, Nua la estaba esperando detrás de la puerta. Esta noche por mandato expreso de su dueña se había puesto un traje, y a pesar que era del mismo color que usualmente vestía, a Agatha le pareció que se veía distinto. La camisa blanca intensificaba la cicatriz de su cuello, el cabello blanco peinado hacia atrás lo hacía verse más joven y sus ojos azules conformaban una extraña combinación con su traje negro. Para ella Nua era una estampa bella, fría y efímera como un copo de nieve que desaparece nada más ser tocado.
—Buenas noches, Nua.
Ella jamás lo llamaba sirviente, tan solo Nua. Era su forma de recompensarlo por todo lo que él se había sacrificado sin vacilar. Era el hombre que conocía más entregado a la causa de Traisa, tanto, que a veces podía resultar aterrador.
—Mi señora.
—Vamos a ver qué quiere y por favor, Nua, intenta ser amable con él.
El único sonido que se escuchaba en el castillo a esas horas era el de la fina tela de gasa del vestido de Agatha rozando el suelo de piedra. Al abrirse la puerta del gran salón se encontró con un pequeño hombre arrodillado. Agatha se decepcionó, había estado esperado a un demonio grande y fuerte, pero ese hombre cubierto por una capa verde, parecía incapaz de sostener una espada con una sola mano.
—Buenas noches —le dijo mirándolo fijamente. Él seguía arrodillado con su cabeza rubia agachada.
—¿Cómo te llamas?
Agatha aún no estaba demasiado acostumbrada a sus poderes, así que ver a un sirviente, especialmente uno que no le pertenecía, la hizo poner nerviosa.
—Soy Ezel, señora.
A medida que iba hablando empezó a notar su cuerpo caliente, sabía que sus ansias de dominación la estaban absorbiendo lentamente, calando en cada parte de su ser, y entonces sintió que Nua la agarraba por brazo para ayudarla. Su mano parecía un trozo de hielo y eso la ayudó a regular su respiración. De esta forma Agatha logró centrarse de nuevo y retomar su conversación.
—Levántate, vamos a sentarnos.
Invitó a Ezel a la gran mesa central de madera. Cuando los tres estuvieron sentados Agatha cruzó sus brazos y lo miró sin pestañear.
—Dime qué quiere exactamente tu señor.
—Mi señor desea que sepa que esto es una reunión informal.
—Por supuesto —le contestó fingiendo falsa modestia. «¡Informal, y un pimiento!». Seguramente Kenzo querría matarla de la misma forma que lo deseaba ella, si en eso consistía su supuesta reunión informal, que así fuera.
—Espera poder llegar a una alianza con usted.
—¿Por qué?
—¿Perdone?
—¿Por qué de todos los dominantes quiere una alianza conmigo?
—Es a la que menos odia.
Al escucharlo Agatha se rio abiertamente. Tenía que admitir que ese tal Kenzo poseía valor y agallas.
—¿Y en qué consistiría su alianza?
—Protección incondicional para ambos.
—Dile a tu señor que no entraré en guerras que no sean mías.
Agatha no quería comprometer a su gente en guerras ajenas por la pura ambición de otro dominante. Sabía el sacrificio y el precio de ellas así que intentaba ceñirse a las estrictamente necesarias y las que tenía pendientes con Handal.
—A cambio él la protegería y la ayudaría en sus conflictos.
—¿Y qué sabréis vosotros de nuestros conflictos?
—Su enemistad con Handal es sabida por todos.
—Está bien —suspiró Agatha porque resultaba ridículo negarlo—. Mi gente está dispuesta a proteger a los vuestros dentro de unos límites.
—Él no quiere límites.
—¡Me da igual! —le gritó abalanzándose sobre él.
Ezel bajó la cabeza para evitar mirarla a los ojos porque los tenía rojos. Agatha acababa de sobrepasar su límite, desde que el sirviente había entrado en su castillo había sentido la necesidad de dominarlo a toda costa.
—Señora —le susurró Nua en un tono calmado—. Podríamos redactar un acuerdo con nuestras condiciones y ver qué opina su señor.
Precisamente por eso a ella le gustaba tanto estar con Nua, era ágil de mente, práctico y racional.
—De acuerdo, haremos eso. Dile a tu señor que tendrá noticias mías en los próximos días.
—Si, señora.
—Buenas noches —se despidió ella saliendo de esa sala porque si no se iba pronto iba a matarlo.
Agatha se sentía tan miserable por su descontrol, sus emociones eran completamente viscerales y estaban tan arraigadas a su cuerpo, que le costaría un mundo lograr controlarlas.
—¡Señora! —la llamó con su habitual tono helado Nua—. Hoy lo ha hecho muy bien.
Pero Agatha no le contestó y se encerró en su cuarto. Ella no creía que lo hubiera hecho bien en absoluto, aunque al menos Ezel aún conservaba su vida.
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