ALAS NEGRAS
Capítulo 4
Un león imponente
Esa misma semana Agatha recibió una carta de contestación de Kenzo. Lo primera en llamarle la atención fue que la escribiese en primera persona, como si la hubiera escrito él mismo a mano. Por supuesto ella le había enviado sus condiciones hacía tan solo siete días pero por medio de uno de sus sirvientes.
La carta que estaba sujetando ahora Agatha entre sus dedos era completamente distinta a lo que se había imaginado. Por su letra se veía que era un hombre elegante, pulcro y con una caligrafía perfecta. Agatha leyó el principio de la carta, la llamaba «mi señora», una forma demasiado íntima para referirse a ella. En su escueta media página ponía algo increíble, ella había esperado una ardua negociación dilatada en el tiempo, en cambio ese dominante acostumbrado a ganar todas sus guerras, se limitaba a ponerle con palabras bonitas que sus condiciones eran sumamente razonables y que estaba de acuerdo en absolutamente todo. Para rematarlo, Kenzo firmaba con su propia sangre.
Agatha se asustó, no entendía por qué aceptaba todas sus condiciones sin reservas, él podría haberse aprovechado y haber exigido algo a cambio. ¿Por qué? En una negociación se suponía que no había un ganador real por eso, le había mandado unas cláusulas absurdamente abusivas.
Esta vez Agatha le contestó con una pequeña nota escrita de su puño y letra. Si ese hombre estaba dispuesto a ser su aliado de esta manera tan sencilla, no iba a rechazarlo. Su alianza le resultaría sumamente beneficiosa para terminar con Handal de una vez por todas. En su escrito citó a Kenzo para la próxima semana en un lugar neutral. Conocía un templo al oeste de Traisa, lo llamaban el Templo de los Leones. Agatha sacó su pequeño puñal del cajón de su escritorio y se hizo un corte en la yema del dedo anular. Después lo apretó con fuerza contra el papel dejando su marca carmesí. «El acuerdo está sellado», pensó, y llamó a su mensajero más veloz para que la entregara cuanto antes.
…
La noche antes de su encuentro Agatha no logró apenas conciliar el sueño porque no dejaba de imaginarse cómo sería Kenzo. En su pesadilla lo veía rodeado por un halo de conspiración y dobles intenciones. Kenzo se acercaba a ella con una sonrisa cariñosa y repentinamente, miles de leones feroces dorados aparecían de su espalda y se abalanzaban sobre ella para descuartizarla. Entonces él se reía llamándola tonta y estúpida, pero ya era demasiado tarde para Agatha porque ya estaba muerta. ¡Muerta!
…
Por la mañana Agatha se vistió modestamente con unos pantalones tejanos y una camisa negra. Se colocó una americana de cuero encima y se dejó su larga melena suelta porque la noche anterior se la habían peinado concienzudamente y lucía suavemente ondulada. También aprovechó para maquillarse levemente sus párpados y pintarse los labios. Aún le costaba comprender cómo sus ojos castaños podían llegar a ser tan rojos en cuestión de segundos y cómo unas manos tan menudas y suaves, podían ser tan destructoras.
—Señora —la detuvo por el pasillo una de sus sirvientas—. Acaba de llegar una nota urgente para usted.
Agatha la tomo dándole las gracias. Un pequeño trozo de papel doblado minuciosamente y sin remitente visible. Eso era algo bastante sospechoso, pero cuando empezó a leerla, identificó a su dueño: Nua.
Mi señora, siento tener que excusarme en este momento, pero los Brizel nos están atacando por el sur. He partido esta misma noche con mis hombres. Como hoy es un día importante para usted, he considera inoportuno despertarla. Le pido que deje que Saïd la acompañe, es un hombre fiel y leal. Tan pronto como logremos derrotarlos me reuniré con usted. NUA
¿¡Cómo no había osado a despertarla!? ¿Acaso la creía estúpida? Nua se había largado en el momento que más lo necesitaba. Con las pesadillas que había sufrido por la noche, se sentía tremendamente inquieta y empezaba a albergar serias dudas sobre el encuentro. ¿Y si realmente se trataba de una emboscada?
Saïd apareció en ese momento. Era un demonio grande y corpulento, con más músculos que Nua.
—¿Está lista, señora?
—Sí. Una pregunta, ¿Nua no le ha dicho nada más? Esta nota es insultantemente corta.
—Vencerá rápido.
—Eso no me preocupa.
Agatha no dudaba de la eficiencia de Nua. Era un guerrero experimentado y gracias a su sangre de hielo, habían podido salir victoriosos de muchas batallas. Él lograba calmar a sus hombres haciendo desaparecer su frustración y miedos lo cual, desmoralizaba por completo a sus enemigos. Si Nua había salido a combatir a los enemigos del sur, ella se reuniría con Kenzo para pactar una alianza que los ayudaría en el futuro.
—Brizel no ha dejado de provocarnos —le explicó Saïd—. Sabe que no puede ganarnos, pero ya sabe cómo es ella.
—Lo recuerdo —le contestó Agatha desplegando sus alas para dirigirse al Templo de los Leones.
Brizel era otra dominante que deseaba cortarle el cuello a Agatha. En sus recuerdos era rubia y menuda, y a pesar que ahora era distinta físicamente, seguía tan ansiosa de poder como entonces. Era público el odio que sentía Brizel por los de Traisa, y más, cuando década tras década la habían estado derrotando sin compasión. Conservar todos esos recuerdos ofrecía mucha sabiduría a los dominantes, pero también acarreaba grandes dosis de rencor. Resentimiento que Brizel tendría a montones escondido en su alma.
…
Agatha se pasó la mañana volando hacia el Templo de los Leones e intentando imaginarse a Kenzo. Con Saïd también habían estado conversando en caso que sufrieran una emboscada. Él la había tranquilizado explicándole que la noche anterior Nua se había ocupado de ello mandado a algunos hombres para custodiar el templo. Escucharlo la hizo sentir más segura pues ella siempre había sido bastante torpe a la hora de dirigir su ejército. Supuso que por eso había aparecido Nua en su vida, para llenar ese pozo vacío. Agatha era estupenda administrando su reino, manteniendo a su pueblo bien alimentado y con una buena calidad de vida. Sus tierras eran famosas por ser un sitio tranquilo y feliz, algo que distaba bastante de la visión destructiva y agresiva de Handal, Kenzo y otros dominantes.
…
«El Templo de los Leones», suspiró Agatha contemplándolo. Ella lo había visto en sus sueños con otros ojos. Era un edificio rectangular mediano decorado con piedras pulidas de color crema y en el centro, una torre se alzaba con una bonita cúpula acristalada. Dos leones custodiaban su entrada, dos fieras igual de altas y grandes que la torre principal. De hecho, eran estructuras huecas donde se realizaban rituales. El templo se encontraba completamente iluminado por centenares de velas a su alrededor a pesar que era medio día y el sol calentaba con fuerza.
Agatha se acercó a la escalinata principal y Saïd la siguió un paso por detrás como si fuera su sombra. Contempló la fachada y a los dos grandes leones acechadores. Recordó su pesadilla de la noche anterior y se enderezó para seguir hacia la puerta principal. Empujó con fuerza la puerta de madera y necesitó la ayuda de Saïd para poder abrirla.
Un estrepitoso estruendo resonó dentro del templo al abrirla, como si esas fieras supieran que ella acababa de entrar y alertaran a su dueño. Ella observó el interior, tres columnas en cada lado colocadas en paralelo conducían a sus visitantes hasta el lugar de la ofrenda. Al fondo, un gran león recubierto de oro y piedras preciosas se erguía con la boca abierta mostrando sus resplandecientes dientes. «Un animal fantástico», pensó imaginándose el motivo por el cual resultaba tan fascinante el templo.
Agatha se acercó a ese animal salvaje con cautela, imaginaba que Kenzo se encontraría allí dentro. Intentó encontrarlo entre las columnas y entonces, de la más alejada apareció un manto oscuro en movimiento.
—Buenas noches, Agatha —la saludó un hombre cubierto con una capa negra que le arrastraba por el suelo.
Agatha se tensó porque su capucha era tan grande que le ocultaba el rostro. Nerviosamente observó la puerta del templo que se encontraba bastante alejada y se preguntó si lograría alcanzarla si corría.
—No debes temerme —le dijo él como si acabara de leer sus pensamientos.
Ese comentario hirió su orgullo. Ella era una dominante, señora de su gente y sus tierras, ¡no una simple cobarde!
—Hola Kenzo —le dijo con más confianza de la que en realidad sentía.
—No sabía si vendrías.
—Los de Traisa siempre cumplimos nuestras promesas.
Kenzo se colocó delante del león dorado como si estuviera midiéndose contra él. Aunque el animal era mucho más grande que él a Agatha le pareció que ese dominante desprendía tal poder que era capaz de derrotarlo con solo mirarlo.
—Si no te importa, empezaré yo, no tengo demasiado tiempo.
Agatha lo observó con cautela. Kenzo sacó un cuchillo sagrado de debajo su capa y se descubrió su antebrazo derecho. Su brazo era delgado y su piel blanca como la leche. Entonces se hizo un corte vertical y de él brotó sangre. Agatha esperó pacientemente para que se derramase una pequeña cantidad dentro del cuenco ceremonial y cuando terminó, escondió su brazo dentro de la túnica mientras dejaba el cuchillo en el altar del león.
—Tu turno —le dijo apartándose y escondiéndose entre las columnas.
Agatha avanzó junto a Saïd, cogió el cuchillo que le había dejado y se hizo una pequeña herida en su antebrazo izquierdo que le escoció. Esperó que se derramara la sangre y se mezclara con la de Kenzo mientras se sorprendía al contemplar que ambas sangres eran muy parecidas. Al menos a sus ojos lo eran, dos sangres rojas y oscuras completamente idénticas.
—Vamos a pronunciar los votos ahora —se impacientó Kenzo.
Agatha se arrodilló ante el león justo al lado de su futuro aliado. Ella intentó adivinar el rostro que se escondía tras su capucha, pero le resultó imposible. ¿Por qué se escondía? ¿A caso sufría algún tipo de malformación?
—¿Agatha?
—Dime.
—Si solo hablo yo no funciona —ella se sonrojó y centró sus ojos en las patas doradas del león.
—Perdona, empecemos.
—Yo como dominador, prometo protegerte con mi vida —pronunciaron a la vez—. Sello ante el dios león el pacto que une nuestras tierras. Una alianza inquebrantable para el resto de los años venideros. ¡Lo juro!
«Ya está hecho», se dijo Agatha soltando el aire que había estado guardando. Ahora ambos eran aliados y se encontraban unidos por un profundo lazo. Agatha se levantó con la esperanza de aprender algo más de Kenzo ahora que eran socios.
—¡Espera! —lo llamó Agatha cuando se dio cuenta que Kenzo ya se encontraba en la puerta para marcharse.
Su grito resonó a través del templo como un rugido. El hombre se detuvo en seco sin mirarla.
—Ni siquiera sé qué rostro tienes —le dijo moderando su voz.
—¿A caso eso importa? Nos une algo mucho más profundo que un simple rostro, deberías saberlo.
Kenzo señaló durante unos segundos el león dorado embellecido por piedras preciosas y después dejó a Agatha sola en el templo. Ella no pudo dejar de observar los ojos brillantes de ese león dorado mientras intentaba descubrir qué ocultaría Kenzo bajo su capucha. «¿Por qué no muestras tú rostro?».
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