Capítulo 16 – No soy una muñeca
Una sombra de ojos plateados espiaba a Amaranta, Reik y Nathael mientras se perdían a través de intrincados pasillos. Alysa notaba su corazón en la garganta y unas ganas desmesuradas de coger a Reik y sacudirlo hasta que le contara qué demonios estaban tramando. Entonces Amaranta se detuvo en seco y se dio la vuelta y Alysa tuvo que saltar hacia el otro lado del pasillo para esconderse y esperar a que siguieran andando. Realmente la prometida de Reik era una mujer perspicaz, pensó Alysa, y rápidamente sus ojos se clavaron en el protector brazo que acababa de extender Reik abrazando a Amaranta por la espalda.
Una combinación compleja, sentenció Alysa. Porque a pesar que a ojos de Alysa formaban una combinación imposible donde cada uno parecía la pieza de un rompecabezas distinto, algo en su forma de tocarse le hablaba de una sincronización profunda que ella jamás había experimentado. Amaranta era como una muñeca de porcelana, con su melena perfectamente ondulada y su vestido violeta brillante, en cambio Reik, era un hombre directo, opaco y con una parte tan oscura como la de Alysa. En ese momento se descubrió a sí misma comparándose con la prima de Nora y sonrió. Una carcajada amarga se le atragantó en la garganta y no tuvo tiempo de analizarla porque los tres ya se habían detenido delante de una puerta.
—Creo que deberíamos hablarlo en otro lugar —susurró en ese momento Amaranta con nerviosismo.
—¿No te encuentras bien? —le preguntó Nathael abriendo la puerta.
—No es eso —le contestó.
—¿Has visto algo más? —le preguntó Nathael. Ella afirmó con la cabeza y rápidamente Reik se acercó a ellos. Alysa aprovechó el fugaz momento de sorpresa para colarse en la habitación y se escondió en el primer armario que encontró.
—Tranquila, aquí estaremos seguros —le dijo Reik a Amaranta mientras entraban en la habitación. Ella contempló su entorno como si no lo tuviera tan claro mientras Alysa contenía la respiración. Quizá el don de la clarividencia no era el único poder excepcional que poseía esa terrenis y quizá también poseía cierta sensibilidad especial para notar los espías.
—Ahora que ellas ya están aquí. ¿Sigues viendo lo mismo? —le preguntó Nathael cerrando la puerta. Alysa notó una punzando porque sabía perfectamente a quién se refería con «ellas».
—Necesito tiempo —le explicó Amaranta—. Sabes que mis visiones no son exactas.
—Lo sé —le contestó frotándose el rostro. La expresión cansada de Nathael le causó un mal presentimiento a Alysa. El general parecía haber visto muchísimas cosas horribles, ¿qué podía ser tan malo que lo estuviera preocupando tanto?
—Al menos en mi última visión ya no…
—No tienes que decirlo —la cortó Reik—. Estoy seguro que todo va a cambiar para mejor —sentenció. Entonces Reik abrió un armario blanco que ocultaba una caja metalizada y tecleó un código.
—No lo sabremos hasta que suceda —le dijo Nathael mientras esperaba que la caja se abriera.
Cuando Reik terminó de introducir el largo código la caja de más de metro y medio de altura se abrió sin hacer ruido. Él metió su mano sin pensárselo y sacó un papel.
—¿Es esto? —le preguntó a su prometida. Amaranta se acercó y tocó con sus delicadas manos el papel mientras sus ojos se transformaban en dos esferas rosadas brillantes. ¡Así que realmente ella es una piedra de luna!, pensó Alysa, y no pudo evitar sentir fascinación porque era la primera vez que veía una en acción.
En ese momento a pesar que Amaranta tenía los ojos abiertos y su cuerpo se encontraba en esa base custodiado por todo un ejército, empezó a tensarse. Su rostro permaneció unos segundos rígido, con la mirada fija en algo que ninguno era capaz de ver, la mandíbula apretada y las manos cerradas en unos puños hasta que pegó un grito agudo que los asustó.
—¡Amaranta! —la llamó Nathael en ese momento. Reik la sujetó cariñosamente antes que pudiera caerse al suelo. Alysa observó la escena con incredulidad y escepticismo porque no podía creerse que él la estuviera sujetando de esa forma tan protectora y cariñosa como si fuera una muñeca de cristal. ¡La quiere!, pensó mientras no podía dejar de espiar a ese hombre que sujetaba a su prometida con tanto amor.
—Ya está, Amaranta. Estás aquí conmigo —le susurró Reik en un tono tan dulce y tierno que Alysa creyó imposible. Ese no parecía para nada el hombre frío, inteligente y luchador que había conocido y entonces, Amaranta recuperó el color natural de sus ojos y le sonrió a él mientras le sujetaba las manos.
—Estoy bien —le dijo Amaranta cuando pudo desprenderse de todo lo que había estado viendo—. Este es el mapa auténtico —les confirmó.Entonces Nathael dio una palmadita al hombro de Reik y le sonrió.
—¡Sabía que lo lograrías! Ahora podemos empezar a prepararlo todo.
—Pero… —dudó Amaranta— ¿Y si mis visiones no cambian?
—Cambiarán —le contestó Reik con el rostro serio.
—Debemos tener fe, Amaranta —le aconsejó su general mientras metía el papel de nuevo en la caja.
—Confío en vosotros —les dijo ella sonriéndoles.
—¿Nos vamos? —les preguntó Nathael.
—Adelantaos —les contestó Reik—. Yo necesito hacer algo primero.
—Recuerda reunirte con nosotros más tarde —se despidió Nathael marchándose con Amaranta.
Reik esperó quedarse a solas para ir al armario del fondo y abrirlo de una patada. Entonces se encontró a Alysa acurrucada en la esquina y que lo observaba con sus ojos blancos.
—No voy a matarte. No hace falta que estés a la defensiva —le dijo. Ella automáticamente cambió el color de sus ojos.
—¿Sabías que estaba aquí? —le preguntó porque no parecía para nada sorprendido.
—¿Creías que no me daría cuenta? Infravaloras mis poderes.
—Pero… ¿Desde cuándo sabes que estoy aquí?
—Desde el principio, no eres muy silenciosa que digamos —ella se ofendió porque siempre lo había sido.
—¿Y por qué no les has dicho que estaba aquí? —le preguntó Alysa saliendo de su escondite.
—No tenemos nada que esconder.
—¡Claro! —exclamó Alysa con sarcasmo.
—¡Me olvidaba! La señorita más lista de La Cruz del Sur necesita tenerlo todo bajo control.
—¿Ahora a qué viene esta actitud conmigo? ¿Te crees que porque eres un miembro de la Rosa Dorada estás por encima? Te recuerdo que yo no he elegido estar metida en este embrollo.
—Sí, en eso tienes razón.
—Me alegra que lo veas así —le contestó algo sorprendida porque no había esperado semejante muestra de honestidad por su parte.
—¿Y has aprendido algo metida allí dentro?
—Solo que Amaranta es excepcional.
—Lo es —le contestó clavándole sus ojos—. Pero creo que tú buscabas algo más —la desafió Reik con la mirada. Alysa se sintió dolida y decidió no acobardarse.
—Quiero saber qué es ese mapa y qué es lo que Amaranta ha visto en sus visiones.
—¡Vaya! No te andas por las ramas. Al menos tienes el coraje de preguntármelo directamente.
—No te equivoques —le dijo ella poniendo las manos en las caderas—. Si no me respondes buscaré yo misma las respuestas.
—Eso no lo dudo —le dijo Reik como si se estuviera divirtiéndose.
—Sigo esperando tu respuesta —le exigió ella que estaba perdiendo la paciencia.
—Creía que preferías buscarla por ti misma.
—Lo haré si no me convencen tus explicaciones.
—Entonces me quedaré callado —le contestó Reik pasándose una mano por su cabello mientras se lo despeinaba un poco—. Quiero ver hasta dónde eres capaz de llegar.
—Soy muy capaz de llegar hasta el infinito —lo provocó ella.
—No sé por qué eso no me sorprende en absoluto —le dijo Reik mirándola a los ojos. Él los seguía teniendo oscuros y brillantes pero por un segundo le parecieron rojos—. ¿Deberíamos empezar a descubrir dónde se encuentra tu límite?
—Quizá —le contestó ella mientras los ojos de Reik cambiaban rápidamente al rojo fuego y la empujaba contra uno de los armarios blancos. A pesar que él la había movido contra la puerta de uno de esos armarios producidos en serie, no le había hecho daño. Reik solo había querido demostrarle quién era el más fuerte de los dos.
—¿Debería estar asustada? —le preguntó Alysa mientras cambiaba el color de sus ojos al blanco.
—Deberías —le dijo con una sonrisa malvada mientras sus dos esferas rojas que tenía por ojos no dejaban de brillar con intensidad. Reik entonces acercó su rostro al de Alysa y cuando ella notó la respiración de él en su cuello, lo agarró con fuerza por la garganta y lo estampó contra la puerta del armario donde había estado escondida.
—¡Mierda! —gritó él cuando se dio cuenta que acababa de romper la puerta.
—Deberías aprender a controlarte —lo sermoneó mientras Reik se masajeaba la cabeza—. ¿No te enseñan a comportarte aquí dentro?
—Esto es… —le contestó él mientras contemplaba la sangre de su cabeza en sus dedos.
—¡Es sangre! —exclamó Alysa que no podía creerse que estuviera sangrando.
—No, lo que acaba de ocurrir.
—Es por esa mierda de experimento —le contestó Alysa sin darle la menor importancia mientras pensaba una forma de detener su hemorragia.
—¿Lo sabes?
—Te lo he dicho, soy capaz de enterarme de las cosas por mis propios métodos.
—Esto puede ser peligroso para los dos —murmuró Reik mientras se arrancaba una de las mangas de su camiseta para taponar la herida.
—Mientras no nos pongamos nerviosos creo que podemos controlarlo.
—Escúchame, Alysa, esto es serio. No puedes decírselo a nadie.
—¿Por qué?
—Porque creen que no nos afectó.
—¿No se lo has contado? —le preguntó ella señalando la puerta mientras Reik negaba con la cabeza— ¿Ni a Nathael?
—No —le contestó con vergüenza.
—¿Y si se enteran?
—Entonces te aislarán. Tú y yo somos un peligro. Si se enteran van a apartarme de esto y yo…
—Es algo que necesitas hacer —le dijo Alysa recordando todo lo que le habían contado sobre su padre.
—Hay mucha mierda de mi familia en esto. Así que necesito hacerlo por mi mismo.
—Lo entiendo. Ahora mismo no te envidio —le dijo Alysa acercándose a él—. Y yo que creía que mi familia apestaba. Déjame ver la herida —le dijo apartando el trozo de camiseta que ya se había empapado de sangre—. No puedes seguir así. Tengo que ir a buscar algo para curarte.
—Sabes que me curo rápido, en unos minutos estaré como nuevo.
—Yo soy rápida, tardaré unos segundos en traerte vendas limpias. ¿Me esperarás? —le preguntó presionando el trozo de tela contra su cabeza.
—¿Por qué haces esto por mí?
—Porque te entiendo. Sé que llegado el momento tú eres el único que podrá ayudarme.
—¿Hablas de…?
—Descontrol —le dijo Alysa—Sé que no dejarás que suceda nada malo. Ahora me voy o terminarás dejando la habitación perdida.
—¡Espera! —la llamó Reik antes que Alysa pudiera salir de allí—. Tú podrás controlarte —le dijo con una sonrisa triste. Ella no le contestó y arrancó a correr para traerle vendas limpias.
…
Alysa llegó a la habitación de Vanir con la respiración entrecortada porque acababa de escapar de la conversación más incómoda que había tenido con Reik. Entonces se sorprendió cuando encontró la cama vacía y sin rastro de Vanir .¿Dónde demonios estaba? La cama de la habitación estaba hecha y ya no había ninguna de sus pertenencias. ¡No es momento para despistarse!, se reprochó recordando la herida abierta de Reik. Alysa empezó a coger todo lo que le pudiera ser de utilidad hasta que un golpe seco de la puerta cerrándose la asustó.
—¡Reik! —lo llamó Alysa mientras se le caía todo al suelo.
—Cualquier diría que acabas de ver un fantasma.
—No sabía quién eras.
—Estabas tardando demasiado —le aclaró—. ¿Se puede saber qué ibas a hacer con todo esto? —le preguntó fijándose en el montón de material sanitario del suelo.
—Soy mala en estas cosas, no sé.
—Está bien —le contestó con una sonrisa en el rostro por la expresión avergonzada de Alysa—. Ahora muéstrame tus habilidades.
—¡Te estás burlando! —se quejó recogiendo un paquete de gasas.
—No, lo digo muy en serio. Mira —la mano de Reik se encontraba teñida de sangre y Alysa se horrorizó. Rápidamente colocó una venda limpia en la herida y presionó.
—Límpiate la mano con esto —le dijo entregándole una servilleta de papel.
—Gracias.
Ambos se quedaron en silencio. Reik empezó a limpiarse su mano con la servilleta y Alysa colocó las dos manos encima de la herida y presionó con fuerza mientras se fijaba en el cabello oscuro de Reik teñido por el carmesí de su sangre.
—¿En qué piensas? —le preguntó repentinamente Reik. Alysa notó el impulso de apartar sus manos de él pero Reik la sujetó por la muñeca. La venda rojiza cayó al suelo y Alysa pudo fijarse que ya se había cerrado su herida.
—Estás curado —le dijo ella bajando la mirada al suelo. Reik se acercó a Alysa con su camiseta oscura con la manga rasgada y le insistió.
—¿En qué piensas? —Alysa empujó a Reik y escapó de nuevo.
Ella deseaba cerrar muchas puertas que se estaba abriendo. Necesitaba apartar todos esos sentimientos y emociones que la estaban devorando por dentro y que no sabía qué demonios hacer con ellos. ¡Me ahogo!, pensó mientras no podía dejar de recordar el cabello negro de Reik teñido de sangre. ¡Me ahogo!
…
¡Está loco! Sentenció Nora porque llevaba más de media hora retenida en las garras de Zale y por más que le insistía que no sabia nada él no la dejaba ir.
—¿Qué estáis tramando? —le repitió con fiereza mientras los ojos del color del ámbar de Zale se volvían más oscuros.
—¡Nada! —le explicó Nora por vigésima vez— Solo estaba con Lilah charlando.
—¿Y Alysa?
—Ella es mayorcita y libre.
—Sois como uña y carne —le dijo contemplando sus ojos azules—. ¿Seguro que no estáis tramando algo?
—Te lo he dicho, ¡no! —Nora levantó las manos en señal de rendición.
—Cuando me entere que…
—¿Y por qué te preocupa tanto? —le exigió— ¿Qué crees que estamos pensando?
—No es de tu incumbencia.
—Ahora no puedes quedarte callado. ¡Dímelo! —le ordenó Nora mientras se acercaba a él para desafiarlo a pesar que Zale era mucho más grande.
—No sé si queréis quedaros aquí —le confesó mientras a Nora se le abría la boca.
—¿¡Crees que queremos fugarnos!? —le preguntó en un grito ahogado.
—Shh…. —le susurró Zale cubriéndole la boca— No grites así —le susurró pegado a su oreja mientras ella notaba como sus rubios cabellos le hormigueaban su mejilla—. ¿Te parece raro? Hace nada que habéis conocido nuestra verdadera identidad, no sé qué pensáis.
—Yo no puedo hablar por Alysa o Lilah, pero puedo garantizarte que yo no soy así. Respeto las Rosas Doradas y respeto lo que estáis haciendo. Aunque no sepa qué estáis haciendo —le explicó.
—Entonces, ¿qué significa?
—Que si tuviera en mente largarme de aquí, te lo diría.
—¿Prometido? —le preguntó. Nora asintió.
—Vosotros sois los buenos —intentó tranquilizarlo Nora. Zale sonrió—. Además, estar en la Primera Base es peligroso.
—Nosotros os protegeremos —le contestó él con firmeza.
—¿Lo ves? Lo que yo decía, los buenos —Zale suspiró—. Nora, antes, en la cafetería, parecías muy seria —le recordó.
—¿Creías que estaba pensando en largarme? —él asintió—. Dime, ¿esto tiene relación con la visión de Amaranta?
—Sí —le contestó Zale mientras Nora notaba que le incomodaba hablar de ello.
—¿Y qué ha visto?
—No te lo puedo decir.
—¿Tan malo es? —le insistió Nora.
—No va a suceder.
—¿Cómo puedes estar tan seguro?
—Porque aquí todos tenemos confianza en lo que hacemos.
—Sois muy fuertes —le dijo Nora mientras se fijaba en una Rosa Dorada uniformada que acababa de cruzar la habitación—. Y el uniforme es muy bonito.
—Tú estarías preciosa con él —le contestó Zale mientras intentaba imaginársela con esa ropa elegante.
—¿Yo? —se burló Nora— Estaría ridícula —le contestó. Zale la contempló con el rostro serio y le acarició la mejilla con sus dedos. Entonces él se apartó rápidamente de ella como si acabase de despertarse de un sueño.
—Estarías preciosa, Nora —le repitió en un susurro mientras Nora se fijaba en la triste sonrisa de Zale.
—¿Te ocurre algo? Te noto raro.
—Solo estoy cansado —le mintió mientras le daba la espalda—. Creo que deberíamos irnos a dormir.
—Tienes razón.
En ese momento Nora no se atrevió a preguntarle nada más. Zale parecía apagado, desorientado y perdido en unos dolorosos pensamientos sin fondo. Entonces se preguntó qué podría esconderse detrás de un hombre tan bello por fuera y porqué utilizaba sus sonrisas como escudo. Y mientras ella seguía contemplándolo con preocupación con sus ojos azules, él le sonrió de nuevo.
—¿Qué ocurre? ¿Tengo algo en la cara?
—Lo siento —le contestó Nora colocándole una mano cálida y afectuosa en su mejilla que a él le hizo temblar. Entonces Zale se apartó rápidamente de ella porque se estaba sintiendo incómodo y se preguntó qué diablos le estaba haciendo esa terrenis.
—Debo irme —se despidió Zale sin mirarla—. Buenas noches.
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