ALAS NEGRAS
Capítulo 5
El verdadero Nua
Agatha se pasó los siguientes días inquieta porque por un lado, el encuentro con Kenzo no la había tranquilizado en absoluto, al contrario, solo había acrecentado aún más sus dudas e inseguridad, y para emporarlo todo, Nua seguía sin aparecer. Así que esa misma noche se alegró cuando escuchó abrirse las puertas de su fortaleza y anunciaron su regreso victorioso junto a sus tropas.
Agatha bajó corriendo al salón principal para esperarlo y se sorprendió al encontrarlo tan sereno y frío. En realidad, estaba como siempre a pesar que ella había esperado encontrarlo agotado y herido. Parecía alguien demasiado calmado y sosegado después de haberse pasarse varios días de batalla.
—Buenas noches, mi señora —la saludó arrodillándose ante ella.
Su cabello plateado se encontraba algo despeinado y sus botas llenas de tierra. Pero fuera de esos dos rasgos, parecía encontrarse perfectamente.
—Levántate, necesito que me lo cuentes todo.
Agatha ordenó a uno de sus sirvientes que le trajera comida y bebida mientras Nua la ponía al corriente. Después de pasarse la noche escuchando los horrores de la batalla, a Agatha le quedaron un par de cosas claras. En primer lugar, que Nua los había matado a todos y, en segundo lugar, que no quería saber exactamente cómo. Así que se había limitado a decirle que el problema estaba resuelto. Finalmente le había presentado los informes pertinentes de sus bajas y gastos, y de esta forma tan técnica dieron por finalizada su velada.
—¿Y Kenzo? —le preguntó Nua cuándo ella ya se había levantado para irse a dormir.
—No te preocupes por eso ahora, debes descansar. Todo ha ido bien.
—¿Confía en él?
—Lo suficiente, aunque…
—¿Qué sucede?
—No he visto su rostro —le confesó Agatha sonrojándose porque era un motivo infantil y estúpido.
—Un rostro puede dar mucha información —le contestó Nua terminando de apurar su copa de vino.
Agatha también lo creía, aunque con Nua, tampoco es que supiera mucho más. Él siempre era tan correcto y moderado con sus expresiones faciales que le costaba comprender qué estaba pensando.
—Me gustaría saber el motivo por el que oculta su rostro —se sinceró con Nua mientras jugueteaba nerviosamente con su pulsera de perlas.
—¿Tan interesada está en él?
Nua la contemplaba sin expresión, con sus perfectísimos ojos azules y su boca rígida. Agatha tiró nerviosamente de su pulsera porque sabía que acababa de ser descubierta por él y todas las perlas se le cayeron al suelo.
—Permíteme, mi señora.
—¡Lo siento!
Nua se movió rápidamente por el suelo para recogerlas. Agatha lo observó en silencio, martirizada porque estaba obsesionada con Kenzo y su rostro.
—Tome. Está roto.
Ella contempló las perlas en la palma de Nua. Eran de un color parecido a su piel a excepción que las perlas brillaban y su piel era más bien apagada. Entonces se fijó en la manga del jersey de Nua que se le había subido un poco y mostraba un corte a lo largo de su antebrazo.
—¿Estás bien? —le preguntó agarrándole con firmeza el brazo y tirando del jersey para exponer la herida.
Era un corte completamente vertical en su antebrazo derecho, empezaba un poco más arriba de su muñeca y trazaba casi una línea paralela.
—No es nada —le contestó cubriéndose—. Un espadazo sin importancia.
—¿Seguro?
—Debería ir a descansar —le dijo Nua entregándole sus perlas y dejándola sola en su salón.
En ese momento un recuerdo se superpuso en su visión como un par de fotografías una encima de la otra. Vio a Kenzo alejándose del Templo de los Leones a la vez que veía a Nua largándose del salón. Agatha se subió la manga izquierda de su camisa y observó el corte de su antebrazo. «¡No puede ser!».
A Agatha le estaba costando asimilarlo, pero no podía negar que desde el momento que se había encontrado con Kenzo en el Templo de los Leones, algo en él le había resultado terriblemente familiar. Ahora todo encajaba; su brazo delgado, esa piel tan clara y esa forma de llamarla Agatha. Todo, absolutamente todo le pertenecía a él. Pero, ¿cómo podría ser él también un dominante? Entonces Agatha arrancó a correr y salió del salón.
—¿Nua? —lo llamó sin verlo.
—Se ha marchado, señora —le explicó el guardia que custodiaba su puerta—. Dice que va a ausentarse unos días.
—¿Por qué?
—No lo sé —se disculpó.
—¿Qué demonios sabemos de él? —le preguntó Agatha sintiendo una presión en el pecho—. ¿Quién es ese hombre?
—Es nuestro general, señora.
—¿Desde cuándo? —le preguntó mientras el guardia empezaba a sospechar que su señora se había vuelto loca.
—Desde siempre.
—Desde siempre —repitió Agatha—. ¡Un demonio no vive eternamente!
Agatha salió fuera del castillo mientras el guardia no comprendía nada de lo que estaba pensando su señora. Nua había estado en Traisa siempre, no moría, nadie sabía nada de su vida ni de su pasado, ¡nada! «¡Diós mío! He sido una ilusa». Entonces se cubrió la boca para no gritar y se dejó caer al suelo. Estaba sin fuerzas, rendida y perdida. ¿¡Cómo era esto posible!? ¡Nua era su sirviente! Miles de preguntas vinieron a ella pero la más importante se quedó suspendida en su garganta. ¿Qué pretendía hacerle? Meterse en su casa para… y las pupilas de Agatha se dilataron. ¡Lo sabía!, si era Kenzo, lo cual parecía prácticamente seguro, querría matarla.
—Cerrad el maldito castillo y no dejéis entrar a Nua.
—Pero señora, es nuestro general —protestó el guardia.
—Ahora es un traidor. ¡Lo quiero muerto!
Los ojos rojos de Agatha demostraron a todos los demonios que estaba hablando en serio y que se avecinaban problemas. Muchos problemas.
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