ALAS NEGRAS
Capítulo 6
Sobrevivir o morir
Agatha empezó a desesperarse porque le había entregado todo su maldito ejercito a un traidor. Si quería matarla podría hacerlo como quisiera ya que lo sabía absolutamente todo sobre Traisa. Necesitaba ayuda desesperadamente y por primera vez se dio cuenta que no podría acudir a Nua.
Nada ya tenía sentido en su cabeza. Ella recordaba a Nua de sus vidas pasadas, ¡literalmente era él! Los mismos ojos, rostro, manos, tan servicial y terriblemente eficiente. Como dominante, Agatha poseía un conocimiento crucial que había permitido la persistencia de su estirpe, entonces, ¿cómo podía haberle fallado tanto su propio instinto de supervivencia? Solo había una opción, la manipulación, y aunque no tuviera ni idea de cómo había sucedido, sabía que ese Nua que había estado en su castillo era en realidad Kenzo. Pero, ¿cómo lograba refrenar su sed y controlarse hasta tal extremo? Se asustó, si era capaz de lograrlo significaba que era extraordinariamente poderoso y que su poder iba más allá que el suyo. Seguía sin comprender la motivación de Kenzo para colarse de esta forma en su hogar, pero si pretendía matarla, no iba a ponérselo sencillo.
«No tengo tiempo de averiguarlo ahora», se dijo, porque ahora necesita huir mientras tuviera tiempo. Acababa de salir de su castillo como si fuera una maldita ladrona ahogando toda la rabia por haber sido utilizada. Una situación desesperada exigía unas medidas desesperadas así que solo podía acudir a Selene, la sacerdotisa bendecida por el poder de la luna, para que la ayudara. Ella era capaz de ver las vidas pasadas y futuras de los dominantes, aunque hacerlo, suponía un riesgo que estaba más que dispuesta a asumir.
Cuando Agatha se aseguró que se encontraba lo suficientemente lejos como para no ser vista abrió sus alas y salió volando. Recordó el día que Nua la había ido a buscar y lo tontamente feliz que se había mostrado por la sarta de mentiras que le había contada. Agatha voló lo más rápido que pudo durante horas a través de una noche cerrada. Apenas podía orientarse, pero no le importó, no cuando de las respuestas de Selene dependían miles de vidas.
…
Llegó al pequeño templo de Selene casi a la salida del alba. Sabía que su sacerdotisa era una mujer bastante reservada así que no estaba muy segura si sería bienvenida. A pesar que todos lo conocían como templo era un edificio muy modesto. La torre circular no poseía ventanas y solo había una sencilla puerta de madera sin decoraciones, gravados ni ostentaciones. Después de llamar a la puerta esperó impacientemente y escuchó la cerradura moverse.
—¿Quién es? —preguntó una vocecita muy dulce.
—Soy Agatha, dominante de Traisa.
Ella no necesitó decir nada más porque la puerta se abrió y ante ella apareció una mujer muy joven. Apenas aparentaba tener veinte años, su cabello era de un rubio muy claro casi blanco y su piel se parecía a la nieve. Iba vestida con un sencillo vestido de manga corta blanco y solo destacaba en su garganta un collar de plata en forma de media luna construido con un material tan brillante que Agatha no recordaba haber visto jamás.
—La estaba esperando, señora —le explicó ella contemplándola con sus ojos negros.
—¿Eres Selene? —le preguntó Agatha.
Ella asintió levemente con la cabeza y ambas se encerraron en la torre. Allí dentro apenas entraba la luz del sol porque no había ventas así que su interior se iluminaba con velas colocadas estratégicamente. Agatha levantó la vista para examinar la torre y se sorprendió porque el techo era de cristal y se podía contemplar el cielo. Selene le señaló unos cojines plateados que descansaban en el suelo alrededor de una delicada mesa de piedra. Ambas se sentaron mientras ella le servía algo parecido a té en unas tacitas blanca.
—Necesito respuestas —le dijo Agatha impaciente porque no tenía tiempo para cortesías cuando su vida corría peligro.
—Lo sé, pero debemos esperarnos a la noche.
Selene le entregó la taza y así pasaron el día, en el más absoluto silencio rezando para que llegara la noche.
…
Esta sería una noche de luna llena, según Selene, la noche idónea para preguntarle lo que quisiera a la luna. Agatha no entendía muy bien qué significaba eso, pero si ella lo decía, debía ser cierto.
A la hora justa de la noche cuando la luna se encontraba en su punto máximo de poder espiritual, Selene se levantó, se colocó en el centro de la sala con un libro plateado en su mano derecha y en la otra, sujetó su colgante de media luna y empezó a cantar. Agatha no supo identificar el significado de esas palabras, pero le recordaron a algo parecido a una dulce melodía de cuna. En realidad, Selene era una mujer extraordinaria con una voz preciosa, y más cuando entonaba esos cánticos que parecían tan antiguos y lejanos. Cuando terminó el ritual indicó a Agatha que se acercara, le tendió su media luna y ella la sujeto con ambas manos esperando. Selene le colocó sus manos en su frente mientras la dominante de Traisa no sabía qué creer. Notaba las cálidas manos de esa mujer tocándole la frente y entonces, abruptamente apartó sus manos.
—¡No puedo creerlo! —exclamó Selene con los ojos abiertos como platos.
—¿Qué ocurre?
—Han manipulado tu mente.
—Pero… ¿¡Cómo!?
—Tus recuerdos, son falsos.
—¿Qué?
—Solo conozco a un ser capaz de hacerlo.
Escuchar esa revelación activó la intuición de Agatha. Un silencio cómplice inundó la torre y ambas se quedaron contemplándose hasta que Agatha se atrevió a pronunciar su nombre.
—Te refieres a Kenzo.
—¿Conoces su aspecto?
—Desgraciadamente lo he conocido demasiado tarde.
Los ojos de Agatha contemplaron la luna a través del cristal de la torre. Kenzo, Nua o como quisiera que se llamara era un maldito manipulador. ¿¡Cómo podía haber sido una presa tan fácil!?
Antes que Agatha pudiera preguntárselo a Selene y que ella hiciera lo mismo con la luna, escucharon unos golpes en la puerta. Quien fuera aporreaba la puerta con ganas y parecía ansioso por entrar.
—¡Agatha! —escuchó que la llamaba Kenzo—. ¡Sé que estás dentro!
Él siguió golpeando la puerta mientras Agatha era consciente que no tardaría mucho en tirarla. Si aún no lo había hecho era por pura cortesía. Selene pareció entenderlo e intentó conservar la calma sujetando su collar como si fuera un talismán a pesar que temblaba como un pajarito enjaulado.
—¡Por favor, señor! —le suplicó la sacerdotisa—. Estoy yo sola, váyase de aquí.
—¡Agatha! ¡Abre la puerta!
Ella no le contestó. Estaba intentando encontrar una solución porque no estaba dispuesta a morir. Los dominantes vivían siglos y Agatha acababa de renacer. Su instinto de supervivencia era fuerte y sus ansias de vivir irrefrenables. Pero lo que menos poseía en ese momento era tiempo porque ese monstruo ya había tirado la puerta. Selene chilló horrorizada ante la visión de ese hombre de cabello blanco, ojos color sangre y alas negras. Agatha saltó protectoramente hacia ella con el único pensamiento de salvarla.
—¡Vayamos a otro lugar! —le exigió a Kenzo sin mirarlo a la cara.
Aun le dolía verle ese rostro, uno que le resultaba tan familiar en su cabeza y del que guardaba cariñosos recuerdos falsos.
—Señora —le suplicó Selene a punto de llorar.
—Gracias por todo —se despidió Agatha mientras la dejaba llorando
Agatha atravesó el umbral de la puerta, desplegó sus alas y esperó que Kenzo la siguiera. Primero se alejaría de Selene porque con su muerte ya sería suficiente.
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