ALAS NEGRAS
Capítulo 7
Hay un límite para todo
Agatha esperó pacientemente a Kenzo en medio del bosque. Cada segundo resonaba en su mente evocándole imágenes de su fiel sirviente Nua: sus ojos azules demasiado perfectos, su cabello plateado y su rostro serio. Al cabo de unos segundos escuchó el aleteo de alguien descendiendo y supo que su momento final había llegado. Lo afrontaría de la misma forma que lo habían hecho sus antecesoras, con orgullo, pues ahora mismo ese era el único legado que podría dejarle a su gente.
—¡Eres horrible! —le gritó dándole la espalda porque no quería verlo.
No quería irse de este mundo con ese amargo sabor a traición en su boca porque sabía que solo lograría amargar más a su futuro sucesor.
—Lo sé —le dijo en el mismo tono frío de siempre.
Normalmente ese tono le parecía reconfortante a Agatha, pero en este momento le pareció el tono de un ser espantoso.
—Mi estirpe se vengará.
Kenzo no contestó su amenaza. Agatha cogió aire y buscó su daga de plata que siempre llevaba escondida en su cintura. «Este será mi acto de valentía», se dijo, y Agatha colocó su pequeño cuchillo afilado apuntándose el corazón. Apretó su cuchillo contra su pecho dispuesta a irse, se marcharía con su Nua ficticio porque para ella era el real. La había ayudado, aconsejado y apoyado en su duro proceso de dominante, y ya no le importaba si todo era falso y fruto de un engaño de Kenzo. Eso lo dejaba para su futura reencarnación la cual, encontraría de nuevo a Kenzo y lo mataría.
—Adiós Nua —le susurró antes de suicidarse con un tono tranquilizador porque moriría en sus propias manos.
Agatha empujó su daga contra su pecho. Esperó sentir dolor, ver la sangre en sus manos y poco a poco desfallecer. Sorprendida, observó su pecho y no vio rastro de ninguna herida porque la daga había desaparecido de sus manos.
—¿¡Qué estás haciendo!? —le gritó con los ojos encendidos en llamas Kenzo mientras sujetaba su daga. «Este ya no es mi Nua de ojos azules».
—Desaparecer.
—¡No puedes! —le gritó furioso.
Era la primera vez que Agatha lo veía con emociones y sin su máscara de autocontrol. Respiraba agitadamente enfadado y no dejaba de penetrarla con su mirada roja.
—Tú vas a sustituirme —le dijo porque a la práctica ya se estaba encargando de Traisa.
—Estas son tus tierras. No las mías.
—Si no quieres matarme ni mi reino. ¿Por qué?
Kenzo apartó por un segundo sus ojos de los de ella y volvieron a ser sus perfectísimos ojos de un azul tan claros como el hielo. «Así logras conservar tu control», pensó Agatha asombrada.
—¿Por qué? —le insistió.
Agatha empezó a angustiarse sin comprender qué recuerdos de su mente eran ciertos y cuáles falsos. Se encontraba a la deriva, perdida entre la impotencia y rabia.
—Te lo mostraré.
Kenzo se acercó a Agatha y ella dio un paso hacia atrás.
—No te asustes —le dijo colocándole una mano en la frente justo como había hecho Selene esa misma noche—. Voy a mostrarte la verdad.
Ella cerró los ojos esperando que los recuerdos llegaran a ella. La primera visión que tuvo fue la de una Agatha pequeña jugando alegremente en el parque con una de sus amigas. Agatha recordaba ese parque a la perfección, desde pequeña le había encantado pasarse las tardes montada en ese columpio rojo moviéndose arriba y abajo sintiéndose completamente libre como un pájaro con alas. Ahora no le extrañaba en absoluto que siempre hubiera mostrado especial interés en volar. Entonces esa imagen se desvaneció ante ella y la visión la llevó a otro lugar. Agatha paseando a través de una avenida cargada con su mochila. La pequeña Agatha andaba a través de la avenida hasta llegar a su colegio, allí atravesó el paso de cebra y entró en su escuela. La visión se detuvo en ese momento cuando Agatha entró en el colegio, ella se giró para saludar a un amigo que la había llamado y su visión se congeló. La dominante se fijó y encontró a un hombre vestido con traje negro impecable apoyado en un coche plateado observándola. Ese era Kenzo, y aunque llevaba gafas de sol pudo reconocerlo por ese cabello plateado y sus rasgos estilizados. En ese momento su visión se esfumó y Agatha regresó al bosque.
—¿Por qué me estuviste espiando? —le preguntó sintiéndose avergonzada.
Ella era solo una niña y para aquél entonces Kenzo ya era un adulto. Aunque no tuvieran la misma percepción del tiempo, seguía resultando vomitivo.
—Habíamos hecho un pacto.
—¿De qué hablas? ¡Si era solo una niña!
—Con tu antecesor. Hice un pacto con él.
—No lo recuerdo —se sorprendió Agatha.
—Cuando lo mataron me hizo prometer que te buscaría y nos uniríamos para vengarlo.
—¿Por qué harías eso por Traisa?
—Porque se sacrificó para salvarme
A Agatha le pareció que se encontraba incómodo. Kenzo apartó sus ojos de los de ella y se pasó una mano por su nuca mientras suspiraba.
—No espero que me comprendas, tan solo quiero explicarte mi versión. Para aquél entonces yo ya sabía quién eras aunque tu aún lo desconocías. Sentí curiosidad cuando te encontré, por eso te observé a lo largo de tu vida. Hasta que…
Pero él se calló porque parecía no saber cómo continuar con su explicación.
—Cuéntamelo —le suplicó ella.
Kenzo volvió a poner sus manos frías en su rostro. Esta vez las imágenes tardaron un poco más en llegar a ella y le resultaron más débiles y confusas. Agatha tenía ya dieciocho años y se encontraba en una cafetería pidiendo un cappuccino para llevar. Mientras buscaba el dinero para pagar alguien se chocó con ella y Agatha empujó su taza tirándola al suelo. La taza terminó rota y una espesa mancha marrón ensució la madera.
—¡Lo siento! —se disculpó el culpable con una voz fría como la nieve.
—No pasa nada —le contestó Agatha ayudando al empleado del local.
Entonces el hombre le entregó un pañuelo azul que olía a una intensa fragancia varonil. Agatha se quedó impactada observando sus dedos largos y delgados. Después se fijó en el anómalo color blanco de su piel.
—Gracias —le dijo sintiéndose incapaz de rechazarlo.
Sus dedos estaban helados, y al levantar la vista para fijarse qué clase de hombre llevaba semejante pañuelo elegante, se encontró con los ojos más azules e irreales que había visto jamás. Su cabello era plateado y era el hombre más hermoso que había visto en su vida. Por su expresión parecía algo triste y apagado, con una particular belleza serena.
—Te invito a otro café —le dijo sonriéndole.
La Agatha del futuro se impactó porque era la primera vez que veía a Kenzo sonreír de esa forma tan real y casi humana. Entonces la Agatha del pasado también le sonrió y aceptó ese café.
A partir de ese momento las visiones empezaron a descontrolarse, vio a Kenzo en múltiples sitios con ella. Se reían, abrazaban y paseaban agarrados de la mano. Iba a buscarla con frecuencia a la salida de la universidad o ella lo esperaba a él. Un frenesí de momento sin conexión, todos tan dispersos y caóticos, que empezaron a abrumarla. Esa de la visión no había duda que era ella, aunque no lo recordaba. Lo único que tenía claro de eso es que ella se había enamorado de él. La forma en que su yo del pasado le sonreía, cómo lo besaba y se acariciaban. Entonces quiso parar sus imágenes y borrar todo eso. La avergonzaban todos esos momentos cuando ella ya no sentía ni uno como propio.
A medida que iba descubriendo los recuerdos de Kenzo el ambiente de la visión fue cambiando, y un fuerte estruendo acompañado por un vaso roto terminó de confirmárselo. Ambos se encontraban en el piso de Agatha discutiendo acaloradamente. Kenzo estaba furioso gritándole algo que no lograba entender mientras Agatha lo contemplaba enfadada. En un instante él se abalanzó sobre ella con sus ojos rojos y como para aquél entonces aún no sabía nada de su pasado, Agatha se sintió aterrada. Empezó a chillar descontroladamente apartándose de él, contemplándolo con pánico y repugnancia. La dolorosa visión se cortó precipitadamente y lo siguiente que vio fue como ella caía desvanecida al suelo como si estuviera dormida. Kenzo la tomó delicadamente y la metió en su cama. Él se quedó a su lado toda esa noche llorando desconsoladamente. Para Agatha fue un impacto verlo llorando mientras su yo del pasado dormía. Él lloraba tan desesperadamente como si sintiera un dolor insoportable. Entonces Kenzo colocó sus manos en la frente de Agatha y esperó unos minutos. Kenzo salió de su casa despidiéndose para siempre de Agatha después de haberle borrado todos sus recuerdos.
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