ALAS NEGRAS
Capítulo 8
Poderosas alianzas
—Jamás quise hacerte daño —le dijo Kenzo apartando sus manos del rostro de Agatha—. Nunca esperé llegar a sentir esto por ti.
«Llegar a sentir esto por ti», no dejaba de repetirse Agatha mientras se preguntaba qué significaba.
—¡No lo entiendo! —le contestó cubriéndose las orejas con las manos y cerrando los ojos con la esperanza que cuando los abriera, Kenzo se hubiera largado.
—No podía arriesgarme a que me reconocieras, después de que casi te… —«mato», pensó ella—. Pensé que si me hacía pasar por tu sirviente jamás sospecharías de mí. No podía romper la promesa que te hice en el pasado. Moriste por mí y debía hacer lo correcto.
—¿Todo esto por una simple promesa?
Porque Kenzo no la había manipulado solo a ella sino a todos sus guardias y sirvientes. Había creado todo un mundo nuevo en sus mentes y había gastado mucho tiempo y energía en ello.
—Te debo la vida, tú me salvaste.
Agatha se incomodó porque no había sido ella sino su antecesor quien lo había salvado y, además, tampoco lo recordaba.
—Manipulaste Traisa para lograr una alianza conmigo.
—Si después de verlo con tus propios ojos, aún crees que solo fue por eso…
La forma en que Kenzo la había conocido en sus sueños, cómo habían conectado y la manera en que había llorado por ella al ver su rechazo. Agatha supo instintivamente qué significaban todos esos sentimientos, unos sentimientos que su yo del pasado había podido corresponderle pero que ella ya no lograba sentir.
—¡Devuélvemelos! —le exigió ella—. Mis recuerdos, devuélvemelos todos. Quiero juzgar este asunto yo misma.
—Te traerán mucho dolor y sufrimiento.
—Te has negado lo que eres todo este tiempo por lo que me hiciste. Aún no sé cómo has podido vivir aquí como un sirviente cuando eres el dominador de Feida.
—Pude haberte matado.
—No lo hiciste.
Agatha se acercó a Kenzo pero él se apartó.
—Somos dos dominadores, es natural desear matarnos.
—¡No lo vuelvas a repetir nunca más!
—Ya no soy la chica que conociste, ahora soy como tú.
—Para mí no es lo mismo.
—Yo también puedo herirte ahora.
Kenzo le sonrió con nostalgia, como si el coraje de ella lo complaciera. La mujer que se encontraba delante de él ya no era la Agatha que chillaba, la que no entendía quién era y se asustaba por unos ojos rojos. Paradójicamente también tenía unos ojos rojos como los de él y sus mismas aptitudes.
—Vamos a empezar de nuevo —le propuso Agatha.
Cogió la fría mano de Kenzo y la colocó en su frente esperando recuperar su pasado. Agatha cerró los ojos y poco a poco llegaron a ella sus emociones. Ahora se daba cuenta de lo verdaderamente importante y es que, de hecho, jamás había sentido una mano más cálida que la de él. Ya no recordaba su absurda pelea, ni por qué se habían separado, tan solo notaba una y otra la forma en que él la había llamado mientras la besaba. Agatha abrió los ojos con todos sus recuerdos en ellos.
—Por fin nos encontramos de nuevo —le dijo con una gran sonrisa.
—Creía que no volveríamos a encontrarnos. Te he echado tanto de menos.
Ambos aprovecharon el tiempo perdido en ese bosque comunicándose sin usar palabras. En realidad, se decían mucho más a través del tacto, del calor y sus ojos, de lo que jamás hubieran podido poner en sus labios.
De detrás de un árbol asomó entonces una hermosa hada blanca con el cabello dorado y le sonrió a Agatha que le devolvió el saludo. Selene se apartó en silencio del bosque regresando a su templo después de haberse asegurado que su amiga no estaba en peligro.
—Necesito que me prometas algo, Kenzo.
—Lo que quieras —le contestó ese hombre que se había rendido completamente ante ella.
—No vuelvas a borrar mis recuerdos, me pertenecen.
Agatha se apartó de Kenzo y lo observó a los ojos, necesitaba tanto recordarlo. Le agarró el rostro y lo besó apasionadamente esperando recuperar su pasado. Lo que sintió al besarlo fue el amor más auténtico que jamás hubiera imaginado. Su amor se encontraba en esos ojos azules, en sus delgados labios y en ese sabor cálido y dulce. Aquél beso los encendió a ambos y les recordó quienes eran en realidad.
Kenzo cargó a Agatha entre sus brazos desplegando sus alas negras, ella siguió abrazándolo maravillada por sus preciosas alas. Siguieron besándose sin parar mientras ascendían al cielo con la firme convicción que a partir de ahora jamás se separarían porque se pertenecían mutuamente.
—¿A dónde vamos? —le preguntó Agatha.
—Tenemos tierras que gobernar.
—¿Respetarás todas mis condiciones sin protestar?
—Por supuesto —le contestó frunciendo el ceño—. Me obligaste a jurarlo en el Templo de los Leones. Eres una dura negociadora.
Kenzo le brindó un sonoro beso en la frente y ella lo empujó saltando de sus brazos en pleno vuelo hacia el vacío. Mientras contemplaba la cara de pánico y horror de Kenzo se rió y al instante, desplegó sus alas negras y empezó a volar a toda velocidad.
—¡Eres muy lento, señor de Feida!
—Tú lo has querido —escuchó que le gritaba persiguiéndola.
Agatha solo podía sonreír mientras su corazón palpitaba de pura felicidad. El aire se le colaba en los pulmones haciéndola vibrar y las pulsaciones se le aceleraban por el ejercicio. A partir de hoy ambos dominarían sus tierras, pero por encima de todo, lo harían juntos. ¿Juntos para siempre?
¡GRACIAS!
Llegamos al final de la primera parte de Alas negras (la parte que escribí en su inicio), pero como quedan muchos interrogantes en el aire y detalles que he decidido introducir, voy a darle una segunda parte donde veremos muchas más batallas, acción y amor. ¿Os apetece descubrir cómo van a sobrellevar Agatha y Kenzo su amor en un mundo a punto de entrar en guerra? ¿Serán posibles tales sentimientos entre dos dominantes? Muchos más momentos de su pasado y futuro os esperan por aquí. ¡No os lo perdáis!
«Alas negras» segunda parte: ¡empiezan grandes batallas!
Parte II: Grietas.
De la misma forma que Agatha ha recuperado sus recuerdos y su poder, el resto de dominantes se mueven por sus reinos como si de un tablero de ajedrez se tratase. Kenzo desea ayudarla para refrenarlos. ¿Será su relación lo suficientemente fuerte como para anteponerse a las ansias de poder? La desconfianza, los celos y una venganza pendiente contra Handal entrarán en juego.
Kenzo observó a su diosa un instante y se horrorizó al verla cubierta de sangre. Ella le sonrió como si no creyera posible perecer mientras movía sus alas para saltar hacia Handal.
—¡Agathaaaaaaaa! —la llamó con toda la fuerza de su corazón, pero su guerrera más salvaje ya se había abalanzado encima de ese dominante llavada por la venganza.
Agatha empezó a atacar a Handal moviendo su espada de un lado para otro mientras éste no dejaba de esquivar cada uno de sus golpes.
—¡Vas a morir! —le gritó con los ojos rojos como su espada.
—Pero tú morirás conmigo —le contestó su adversario consciente que él ya le había causado una herida mortal.
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