ALAS NEGRAS
Parte II: Grietas
De la misma forma que Agatha ha recuperado sus recuerdos y su poder, el resto de dominantes se mueven por sus reinos como si de un tablero de ajedrez se tratase. Kenzo desea ayudarla para refrenarlos. ¿Será su relación lo suficientemente fuerte como para anteponerse a las ansias de poder? La desconfianza, los celos y una venganza pendiente contra Handal entrarán en juego.
Capítulo 9
Ala dorada
La cajita de terciopelo verde guardaba con recelo una delicada ala de oro. Agatha la tocó para asegurarse que sus ojos no la estuvieran engañando y no supo qué decir.
—¿Te gusta? —le preguntó Kenzo con nerviosismo.
—Es preciosa, pero… ¿No es demasiado?
—Está hecha para ti.
Él la ayudó a ponerse la cadena y suspiró de satisfacción al ver cómo encajaba en su cuerpo. Agatha la tocó y hecho a correr hacia al baño para contemplarse. El destello del ala dorada se grabó en su mente mientras notaba una necesidad imperiosa de volar. «¿Qué estoy pensado? ¡Solo los pájaros vuelan!».
…
La señora de Traisa se levantó de un sobresalto porque acababa de recordar quién le había regalado el colgante que siempre acariciaba distraídamente. Había sido…
—¡Kenzo! —lo llamó al encontrárselo de pie vistiéndose.
—Buenos días. Estabas durmiendo tan plácidamente que creía que no ibas a despertarte nunca.
—¿Te marchas ya?
Él asintió peinándose sus cabellos plateados con la mano
—Creía que te quedarías un poco más.
—Ya ha pasado una semana. No puedo seguir aquí mientras Handal y el resto están…
—¡No lo digas!
—¿Prefieres fingir que no existen? —le preguntó calzándose sus botas negras.
—Estaría bien. ¿Por qué tienen que ser así las cosas?
—Necesito regresar a Feida, Jemnes no puede gobernarla eternamente en mi lugar.
—Lo ha hecho estupendamente hasta ahora —le contestó con sarcasmo.
—Sabes que debo estar con mi gente.
—¿Y nosotros? —le preguntó Agatha con preocupación.
—Encontraremos la manera de hacer que esto funcione.
—Tu castillo está muy lejos —se quejó.
—Ahora mismo no debería preocuparte, no me quedaré mucho tiempo allí.
—¿Vas a acompañarme al norte?
—¡Claro!
—Creía que ahora que sé quien eres no querrías comprometerte.
—Agatha —la llamó cariñosamente acercándose a ella—. Tus guerras son las mías, ahora más que nunca.
—Sin ti no sé qué hacer. Me he acostumbrado a tenerte cerca.
Agatha cogió la mano de Kenzo y se la acercó a sus labios para besársela. Quería recordar a ese hombre con cada uno de sus sentidos antes que partiera.
—Confía en Saïd, él siempre ha sido tu hombre de confianza.
—¿Y tú? —le preguntó con el corazón encogido.
—Cuando termine la guerra te llevaré conmigo.
Agatha contempló los ojos azules de Kenzo y deseó que ambos no fueran dominantes. ¿De qué les servía vivir una eternidad si no podían estar juntos?
—Prefiero quedarme en mi castillo, el tuyo seguro que es horrible.
—Ya veremos —le contestó dándole un último beso en los labios como despedida.
…
Un hombre de larga cabellera oscura contemplaba su ejército con regocijo. A sus pies, un torrente de sangre y carne apestaba a deliciosa victoria. Le gustó la húmeda que desprendía la tierra infectada de cuerpos empezando a descomponerse. Entonces pensó que si existiera un lugar en el mundo idéntico a este lugar mutilado, sería sin duda el paraíso.
—¿Qué quiere hacer con los cuerpos, señor? —le preguntó el demonio encargado de apilarlos.
—Vamos a devolvérselos a su señora, o mejor, se los devolveremos por trozos. Detesto ganar con tanta facilidad —suspiró mientras contemplaba todos los cadáveres—. ¿Es que Agatha no va a tomarme en serio nunca?
—¿Va a matarla? —le preguntó el demonio envalentonado por el triunfo.
—Quiero ser más creativo esta vez.
Handal empezó a perderse en sus fantasías macabras que implicaban el diminuto cuerpo de Agatha, pero antes que pudiera terminar de imaginárselas todas, notó que el hombre más veloz de su ejército acababa de llegar.
—¡Señor! —lo llamó descendiendo del cielo—. Traigo noticias. Bueno, es más bien un rumor que circula entre la gente de Traisa.
—¿Qué clase de rumor?
El demonio escondió sus alas negras y se acercó a su dueño para susurrárselo.
—Que Kenzo la está ayudando.
Cuando Handal escuchó el nombre de ese dominante sus ojos se enrojecieron y empezó a reírse.
—¡Ese bastardo nunca tiene suficiente! Ahora mi querida Agatha correrá como un ratón entre dos gatos.
—Dicen que han dormido juntos en el castillo de Traisa.
—¡Vaya! —se sorprendió—. Kenzo no deja de sorprenderme. Yo también me hubiera metido en su cama antes de matarla.
Handal se arrodilló y arrancó un trozo de carne del montón de cadáveres. El demonio mensajero lo aceptó sin protestar.
—Necesito que le entregues esto a Agatha. Dáselo en mano, quiero que vea qué va a ocurrirle. Y recuérdale que sigo siendo impaciente, no voy a esperarla eternamente.
…
Kenzo se sentó en el sillón de su despacho y suspiró, ¡por fin podía estar en Feida de nuevo! Meses viviendo una doble vida lo habían agotado aunque tampoco podía cantar victoria porque la peor parte acababa de empezar.
—Los hombres lo están esperando —le informó Jemnes.
—Un momento, cierra la puerta. Necesito que me digas la verdad. ¿Crees que me estoy equivocando?
Él lo contempló unos segundos como si no supiera qué contestarle.
—¿Por qué le devolviste todos los recuerdos?
—No pude contenerme —le explicó mientras recordaba cuando Agatha había cogido sus manos y se las había puesto en su rostro.
—Podrías haber intentado manipularla de nuevo.
—Eso podría haberla matado —le explicó con sus ojos rojos.
—¿Echabas de menos tus ojos?
—La verdad es que sí. Me gusta no tener que controlarlos —le dijo Kenzo con una sonrisa—. También te echaba de menos a ti y tus reprimendas.
—Estás metido en un buen lío. Agatha empezará a dudar de ti —le recordó—. Sois rivales naturales.
—¿Y si hubiera una opción?
—Podría, pero ni tú lo crees posible.
—Eso no es así.
—Entonces, ¿por qué le borraste la memoria?
—No quería que sufriera —se disculpó Kenzo—. Al menos hasta que despertara su parte de dominante.
—Sigues sin ver que ella no es la chica que conociste en la Tierra.
—Para mí es la misma —le contestó mirándolo fijamente—. Diles que entren.
La puerta del despacho de Kenzo se abrió y aparecieron uno tras otro todos sus generales más cualificados. Se encontraban debidamente uniformados y marcando el paso. Después de los saludos protocolarios ocuparon sus respectivos asientos.
—Os necesito más que nunca —les anunció Kenzo mientras les señalaba algunas zonas del mapa de Traisa.
—¿Por qué deberíamos ir allí? —le preguntó su general más veterano—. Traisa no es un lugar que nos beneficie.
—Hice un pacto con su señora.
Todos se quedaron enmudecidos porque no esperaban una alianza con Traisa.
—Sabéis que es sagrado —les recordó Kenzo.
Ninguno de ellos se atrevió a cuestionar abiertamente la validez de dicha promesa aunque no la comprendieron. Jemnes en ese momento se deslizó hacia la puerta y recogió una nota que acababa de llegar. A medida que las pupilas de Kenzo fueron descubriendo su contenido se dilataron. Su iris se tiñó de rojo y su rostro se tensó.
—Trae mi armadura ahora mismo —le ordenó al lacayo que se encontraba en su espalda.
—Entonces, ¿esto significa que nos vamos a ir a Traisa? —preguntó uno de sus generales algo desconcertado.
—Por supuesto —le dijo Kenzo señalando el norte—. Necesito tener la cabeza de Handal en mi despacho cuanto antes.
¡Próximamente nuevo capítulo! ¿Qué crees que sucederá? ^o^
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Me fascino, me encanta este tipo de historias pero me haz dejado con «stop», por fa cuando veremos el siguiente capítulo ya quiero ver las estrategias de guerra que pondrás en mente de los dominantes, la trama, secuela, etc. etc.
¡Hola Rocío! Muchas gracias por tus palabras y te pido mil disculpas, no había leído tu comentario antes. Actualmente estoy preparando la segunda parte de Alas negras pero hasta que no tenga toda la trama en formato borrador no empezaré a publicar los nuevos capítulos (es el método que me funciona mejor para que la historia no se me vaya de las manos). Por cierto, te invito a leer Colores mágicos que es lo que a día de hoy estoy publicando. ¡Abrazos!