COLMILLOS DEL PASADO
PERSEVERENCIA
Fascinante belleza dañina,
cómica locura sangrienta.
Compasivos sin poseer clemencia,
humanos sin serlo nunca.
Dime, ¿qué puede atraerte de ellos?
Capítulo 2
Prome… ¿¡Qué!?
Una pequeña muñeca no dejaba de columpiarse en su columpio favorito mientras veía pasar a otros niños vestidos con su mismo uniforme. Todos esos vampiros con sus diminutos colmillos asistían allí para ser domesticados y poder controlar sus instintos más primarios y salvajes.
—¡Date prisa! —gritó en ese momento un pequeño vampiro rodeado por otros—. ¡Te dejaremos atrás si no corres!
Melisa siguió balanceándose en el columpio mientras se fijaba en el niño bajito y rezagado que parecía varios años más joven que el resto.
—Lo siento —se disculpó él sin levantar sus ojos del suelo.
—¡Eres un fastidio! —le gritó otro niño del grupo empujándolo con tanta fuerza que lo tiró al suelo—. Te has caído por tu culpa.
—¡Dejémoslo aquí, es un inútil!
Y todo el grupo de vampiros empezó a reírse y se largó corriendo. Melisa saltó rápidamente de su columpió y se acercó para ayudarlo.
—¿Estás bien? —le preguntó preocupada agarrándolo por el brazo y notándolo helado—. ¿Te has hecho daño?
Pero antes que pudiera terminar de ayudarlo para que se levantara, el niño se puso de pie solo.
—¡Déjame en paz! —le gritó enfadado mirándola con unos ojos claros que le parecieron la niebla.
—Toma —le contestó ella sin prestarle atención a su berrinche.
Melisa se quitó uno de sus guantes rojos de su madre y se lo entregó.
—No quiero tu basura —le contestó él tirándolo al suelo.
Automáticamente el niño salió corriendo hacia el colegio sin decirle nada más. Melisa recogió el preciado guante rojo del suelo y se lo puso de nuevo en su pequeña mano mientras se subía al coche para irse con su padre. «Esto no es basura, tonto, es lo más valioso que tengo».
Entiendo tu soledad porque es la mía,
comprendo tus miedos porque me pertenecen.
—¿Te asusto?
—¡Melisa! ¡Melisa! —la llamaba Catrina mientras la sacudía. Ella abrió los ojos de golpe y se asustó al no saber dónde se encontraba—. No ocurre nada —la reconfortó su amiga abrazándola.
—He tenido una pesadilla —le dijo al ser consciente que se encontraba en su cama.
—No dejabas de moverte.
—He recordado algo de cuando era pequeña.
—¿A Leandro? —le preguntó recogiéndose su pelirroja melena en un moño.
—Se parece tan poco al niño del pasado.
Entonces recordó que lo único que le resultaba idéntico al pasado eran esos ojos de un gris tan inusual y a la vez bonito.
—Creo que tú tampoco te pareces mucho a esa niña buena y dulce.
—¿Qué insinúas?
—Ahora eres un poco más marimacho.
—Soy una mujer directa —le contestó ofendida.
—Lo que tú digas. Me pregunto qué querrá ese vampiro de ti.
—¿Y qué va a querer? Nada.
—Pero hace mucho que no lo veías, ¿verdad? Un Anemone tan lejos de su hogar es raro.
—En realidad no sabía que era un Anemone, nunca me lo contó.
—¿Cómo lo conociste?
—Yo acudía todas las mañanas al columpio de mamá antes de la escuela. Un día unos vampiros lo estaban molestando y empecé a hablar con él. Pero cuando creía que por fin éramos amigos, dejó de acudir allí y nunca más supe de él. Supongo que en el fondo nunca me soportó.
—Para no soportarte, ayer parecía estar muy interesado en ti.
—Supongo que verlo me ha puesto un poco nostálgica —pensó Melisa levantándose de la cama—. ¿Vamos a desayunar?
—Claro, pero háblame más de él.
—No hay mucho que contar. De niño hablaba muy poco.
—Entonces hablaremos de lo que sí sabemos. ¡Es guapo!
—No me digas que quieres terminar con un Anemone.
—Yo no podría, pero tú…
—¡Ni lo sueñes! —la amenazó Melissa lanzándole un cojín—. Me voy a comer.
…
Melisa y Catrina se encontraban degustando sus copas para empezar el día con energía mientras la primera no podía sacarse de la cabeza a Leandro.
—Una comida deliciosa —le dijo Catrina apurando su copa que olía a óxido.
—No subestimes a Antonia.
—Creo que si los humanos fueran como nosotros se evitarían muchísimos quebraderos de cabeza. Tu cocinera es capaz de prepararte las cosas más extrañas con la sangre.
—Lo suyo es puro arte.
Antonia era capaz de transformar un único ingrediente en algo muchísimo más atractivo. A ellos les divertía imitar a los humanos, y dado que su comida se limitaba a solo sangre, les entusiasmaba ser algo más creativos y recrear, al menos en su aspecto, los platos mundanos. ¿Qué importaba si en el fondo todo sabía a lo mismo?
—Me pregunto dónde estará mi padre. Es raro no verlo por aquí.
—Creo que está en la entrada —le dijo Catrina señalando la ventana donde se veía a Goliat de espaldas conversando animadamente con alguien.
—¡No fastidies! Mejor será largarse de aquí antes que nos atrape con alguna de sus odiosas visitas.
—¿Odias por naturaleza todo lo que proviene de tu padre?
—Eres muy graciosa, él ya sabe que su parte diplomática no la soporto.
—¿Y seguro que hay alguna parte que soportas?
—¡Claro! —le contestó Melisa ofendida. Su padre se lo había entregado todo; su amor, su vida y tiempo. Que los dos tuvieran un carácter opuesto los hacía poco compatibles, pero eso no significaba que lo odiase.
En ese momento la puerta del salón se abrió y Melisa se dio por vencida.
—¡Hija! —la llamó con entusiasmo. Y por la forma de sonreírle supo que aún había invitados en casa—. Quiero presentarte a alguien.
«Allá vamos».
—Ahora estoy ocupada desayunando con Catrina.
—Una casualidad estupenda porque las dos deberíais conocerlo.
—¿En serio?
—¿Hace falta que te recuerdo el asunto del taxista de anoche?
—Está bien —se resignó ella—. Pero el asunto del taxista queda olvidado a partir de ahora, ¿vale?
—No es momento para perder el tiempo —le dijo su padre sacándole la copa de la mano—. Catrina, acompáñanos tú también, no seas tímida.
Las dos amigas se mandaron una mirada cómplice sin comprender qué querría mostrarles Goliat con tanta prisa.
—Hoy es un día importante —le repitió.
—¿Se puede saber qué ocurre? Mi cumpleaños fue ayer.
—Hoy es el día que vas a conocer a tu prometido.
Melisa se quedó en blanco y necesitó unos segundos para procesar la bomba que acababa de soltarle su padre.
—¿¡De qué estás hablando!? —le preguntó mientras entraba en pánico y se quedaba más pálida de lo que normalmente era.
—Entra —se limitó a ordenarle su padre incapaz de comprender la mirada de horror de su propia hija.
Melisa entró en el despacho de su padre como si fuera un autómata. La habitación le resultó más pequeña y asfixiante que nunca. Rápidamente localizó a un vampiro sentado en la silla del despacho dándole la espalda. «¡Joder!».
—Hija, déjame presentarte a tu prometido.
Ella se quedó contemplando la espalda de ese vampiro sin pestañear mientras una palabra circulaba por sus neuronas: prometido. El vampiro en cuestión se levantó y se dio la vuelta. Catrina ahogó una exclamación acompañada de una risilla nerviosa, en cambio Melisa, abrió tanto sus ojos que casi se le salen de las órbitas.
—¿¡Tú!? —lo acusó con su dedo índice como si acabara de pillar a un ladrón con las manos en la masa.
—Hola, Melisa —le dijo Leandro con sus ojos grises y una gran sonrisa en el rostro.
Iba vestido con una camisa azul y un pantalón tan negro como su cabello. Su piel en la habitación se veía pálida y sus ojos en forma de avellana no dejaban de mirarla.
—¿Leandro? —le preguntó con indignación.
—¿Os conocéis? —se sorprendió su padre, pero Melisa solo fue capaz de escuchar a su amiga.
—Creo que ahora ya sabemos qué quería, Mel.
«¡Y una mierda!». Melisa arrancó a correr sin decir nada más llevándose a su padre.
—¿Qué es esto, papá? —le preguntó señalando la puerta del despacho.
—Sabes que estás en edad de casarte —le contestó suspirando—. Sabía que te pondrías así.
—Voy a ponerme peor como no recuperes pronto tu cordura.
—Leandro es un vampiro excelente y sabes que necesitamos la amistad de los Anemone.
—¡Existen otras formas de conseguir su amistad!
—Pero esta es la más segura.
—¿Segura?
—Cuando hagáis el juramento de sangre, será una unión inquebrantable.
—¡Precisamente por eso! —le gritó enfadada.
Melisa sabía que una vez dejara que otro vampiro no perteneciente a su familia probaba su sangre, su unión se transformaría en algo irreversible. Por eso, no podía dejar que su padre carca y anticuado tomara una decisión tan transcendental en su nombre, ¡no cuando se lo estaba jugando todo!
—Soy muy joven —le contestó ella—. No quiero esto.
—Yo sé lo que es mejor para ti.
—¡Y una mierda! —le gritó con los ojos encendidos.
—¡BASTA! —le gritó su padre mostrándole los colmillos—. ¡Harás lo que yo te diga!
—¡Jamás! —le gritó ella mientras le lanzaba el primer jarrón que encontró.
—¡MELISA! —la llamó su padre, pero ella corrió, corrió muy lejos para huir de esa pesadilla.
Si se casaba con un extraño, sería su fin. Entre los vampiros no había segundas oportunidades, ¿su padre no lo entendía? Él había tenido a su madre con la que había sido feliz, pero ella…
—¡No voy a casarme! —gritó con furia en el jardín.
Una risa insoportablemente familiar la obligó a darse la vuelta. Leandro y Catrina estaban en el umbral de la puerta observándola. Ella parecía preocupada y entristecida en cambio él, parecía estar divirtiéndose. «Maldito loco».
—Tarde o temprano vamos a casarnos —le dijo como si fuera una especie de ley natural.
—¡NUNCA! —le contestó sacando sus colmillos porque él había intentado agarrarla del brazo—. No te atrevas a tocarme de nuevo o te mataré.
—¿Matarme? —le preguntó como si no lo creyese posible.
—¿Quieres probarlo?
Pero antes que pudiera atacarlo con todas sus fuerzas notó la fraternal mano de su padre en el hombro.
—Hija, tranquilízate, todos estamos muy nerviosos.
—Te equivocas —le contestó con una sonrisa helada—. Estoy muy tranquila.
—Cada vez me gusta más mi prometida.
—¡Cállate y deja de llamarme así o…!
—¿O qué? —le preguntó acercándose a ella. De hecho, Leandro se aproximó tanto a ella que Melisa pudo ver el color gris de sus ojos con absoluta claridad. «Son bellos», pensó mientras no podía apartar la mirada de ellos, «unos ojos perfectos»—. ¿Te gusto? —le preguntó él sin pestañear.
—¿Gustarme? ¡Ni en un millón de años, estúpido!
—Melisa, ¡basta ya! —le recriminó su padre para disfrute de su prometido.
—No voy a casarme con él.
—Eso ya lo veremos, preciosa —le contestó Leandro acariciándole un mechón de su cabello oscuro.
—¡Nunca! —le gritó empujándolo para que se apartase de su camino y pudiera salir de esa casa donde todos se habían vuelto locos.
Leandro se quedó en el suelo después de haber recibido el golpe de Melisa y no pudo evitar reir. Goliat lo contempló con incertidumbre preguntándose si quizá su hija tenía razón y casarla con ese vampiro que parecía estar mal de la cabeza era una mala idea.
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¡JO! Pero que capítulo más bonito, de verdad. ¿Te dije ya que me encanta Leandro? Porque es así ¿eh? Y el hecho de que quiera casarse con ella sin forzarla me enamora aún más. Eso sí, me dan mucha pena ambos porque ni él se atreve a dejarse llevar para no cagarla, ni ella se atreve a dejar que él se introduzca en su corazón. Pero bueno, estoy deseando leer la última parte. ¡Seguro que me sorprende y me encanta!
Saludos de una cloveradicta <3
Yo también estoy enamorada de Leandro (soy una débil y sucumbo ante mi propia imaginación). Acabo de publicar el final y aún no puedo creérmelo, ¡los adoro!