Capítulo 15 – ¿Eres tú mi escolta?
Reik observaba a Vanir, tumbado en la cama, con una mezcla de ira y culpabilidad. Dos partes opuestas que constituían un todo y que no estaba del todo seguro cuál estaba ganando.
—Vanir —lo llamó Reik para cortar el incómodo silencio y acallar las voces de su conciencia—. Ahora que ya has conseguido lo que querías —le dijo mientras se lamentaba porque Zale los hubiera dejado a solas—. ¿Qué vas a hacer?
—Creo que eso debería preguntártelo yo a ti —le contestó él incorporándose de la cama.
—No te hagas el interesante conmigo. Tenías razón y yo estaba equivocado. ¿Estás satisfecho?
—¡Vaya! —exclamó clavándole sus ojos verdes—. Cualquiera diría que era tu vida la que estaba pendiente de un hilo.
—Sabes que a mí me gusta tan poco como a ti lo que está sucediendo, ¡no actúes como si fuera lo contrario! —exclamó Reik con ira reprimida porque no toleraba que otra Rosa Dorada cuestionara su lealtad.
—¿Hace falta que te recuerde las veces que has desobedecido sistemáticamente a Nathael para encubrir a tu padre? —le preguntó Vanir pronunciando la palabra «padre» como si fuera veneno.
—¡Ya respondí por ello! —estalló enfurecido Reik porque aún después de todos esos años se sentía profundamente decepcionado consigo mismo. Él había cometido muchos errores, tantos, que aún no había encontrado la forma para poder perdonarse a sí mismo—. Era muy joven y estaba perdido.
—Y repentinamente te has encontrado. Las excusas no nos sirven entre los nuestros —le dijo. Inconscientemente la vista de Reik se deslizó hacia la rosa negra que llevaba tatuada su compañero en el pecho. Tenía razón, para las Rosas Doradas no había lugar para el error, la vacilación o la pérdida de perspectiva. Ellos eran meros cuerpos dedicados íntegramente a un bien superior así que todos los problemas que había provocado Reik por puro egoísmo eran sencillamente inadmisibles.
—¿Por qué me odias tanto? —le preguntó Reik con franqueza porque desde el primer día que se habían conocido Vanir lo miraba por encima del hombro.
—No te odio, sencillamente no me fio de ti. Sé que un día volverás a fastidiarlo todo y lo peor de todo es que tus ideas absurdas terminarán por matarnos.
—Creo que me estás dando más importancia de la que me merezco.
—Yo no, lo hace Nathael —le contestó escupiendo las palabras—. Él te escucha demasiado y decidió llevarnos a todos a ese lugar suicida, o mejor dicho, a casi mi muerte —Reik apartó la vista y se avergonzó por las palabras que acababan de golpear su conciencia.
—Estás equivocado —le contestó con la voz entrecortada.
—Tu padre te quiere con vida —lo acusó Vanir—. Y por lo que sabemos, ahora desea que tú seas su sucesor —a Reik se le heló la sangre y notó que se quedaba sin aire. Entonces sintió unas ganas irrefrenables de vomitar—. No me mires con esta cara de pánico. ¿No sería fantástico? Serías un terrenis más fuerte y capaz, incluso más de lo que eres ahora.
¿Poder?, se burló la conciencia de Reik. Un poder que solo traía destrucción, maldad y soledad no lo deseaba. Nadie mejor que él conocía lo que significaba ese poder porque había crecido al lado de ese monstruo que todos no dejaban de recordarle que era su padre.
—A mí no me importa toda esta mierda —le dijo— ¡Por algo me uní a las Rosas Doradas voluntariamente! —le gritó enfurecido porque Vanir siempre parecía encontrarse en el bando correcto. Vanir también era un rubí pero a diferencia de Reik no había crecido al lado de un déspota ni tenía dilemas morales que lo habían llevado a meter la pata más de una vez desde que había llegado a las Rosas Doradas.
—Siempre he tenido una duda —le dijo Vanir levantándose de la cama— ¿Nunca te has preguntado por qué tu padre no se interpuso a que formaras parte de las Rosas Doradas?
—¿Qué quieres decir? ¡Menuda estupidez! Yo tomé la decisión y él no pudo hacer nada.
—Las mentiras no van contigo. Tú sabes tan bien como yo que si tu padre lo hubiera considerado un problema, jamás hubieras pertenecido a las Rosas Doradas.
—Él no puede controlarme tanto, ¡ya no! Te lo he demostrado y mi plan no ha sido un desastre por completo.
—¿Casi matarme lo consideras un éxito? —le preguntó Vanir.
—Me disculpo por ello. La verdad es que no creía que fuera a suceder tan rápido pero necesitábamos más tiempo para terminar de encontrar los planos.
—Claro, el deber es el deber.
—Hablas como si tú no fueras una Rosa Dorada y no entendieras nuestras normas.
—Lo soy —le dijo Vanir desafiándolo como si fuera él el que creyera lo contrario—. Hubiera dado mi vida en la Primera base con gusto, pero ahora no me pidas que mire hacia otro lado y actúe como si nada hubiera sucedido allí dentro. Sabes que tú y Alysa ahora sois el objetivo.
—Eso es otro tema —le contestó. Vanir empezó a reirse con sarcasmo.
—¡Otro tema! —exclamó— Ese es tu problema, Reik. Nunca afrontas nada de frente. Sabes tan bien como yo que ahora estamos jodidos. Tu padre te quiere más que nunca y la quiere a ella. Le has dado la prueba, por esto no quería que fueras allí, estaba claro que…
—¡Basta! —gritó Reik para que se callara— Si Alysa se queda aquí no le sucederá nada.
—¿Y si hay que matar a tu padre?
—¡Ya te dije que lo haría con mis propias manos sin vacilar! —le dijo mandándole una mirada fiera y apretando la mandíbula.
—Bien —le contestó Vanir con cierto orgullo y camaradería en su mirada—. Necesitaba escuchártelo decir de nuevo.
—No os voy a traicionar—le dijo Reik con el rostro serio. Vanir se acercó a su compañero de juramento y le colocó una mano encima del hombro como si quisiera cargar parte de su culpa y remordimientos.
—Te creo —le contestó Vanir mientras soltaba un largo suspiro, porque que Reik no quisiera traicionarlos o dañarlos no significaba que su padre no terminase por devorarlos—. ¿Nos veremos esta tarde donde siempre?
—¿Seguro que ya estás listo? —le preguntó Reik sorprendido ya que no esperaba que él retomara su entrenamiento tan pronto.
—¿Dudas de mí? Estoy listo para luchar —le contestó mientas cogía la camiseta azul que descansaba encima del sillón.
—Una última cosa, deja de llamarlo mi padre —le dijo Reik mientras sus ojos se oscurecían—. Para mí él es Kilian, un nombre que me gustaría olvidar.
—No lo olvides —le contestó Vanir colocándole una mano encima del hombro—. Recuerda bien qué clase de despreciable hombre es tu padre.
…
Alysa acababa de recorrerse todos los pasillos de la pequeña base subterránea. Desde pequeña había sentido una necesidad de control y orden que ahora parecía su primera necesidad allí dentro. Había intentado familiarizarse con su entorno para adaptarse lo más rápido posible pero solo había logrado perderse un par de veces entre tantísimos pasillos.
—¡Dios mío, Nora! —la llamó mientras recuperaba el aliento— Llevo rato buscándote. ¡Si se me hubiera ocurrido entrar aquí antes!
—Perdona —le contestó con la mirada perdida—. Necesitaba aclarar algunas ideas…
—¿Estás bien?
—Sí —le dijo titubeando—. Bueno, lo bien que podemos estar ahora.
—Te entiendo —le dijo Alysa en un susurro.
Ella también estaba inquieta, no solo por los terrenis que se habían quedado en la Primera base, sino por todo lo que estaba a punto de desatarse con las Rosas Doradas. Alysa sospechaba que detrás de todo el asunto del Proyecto Atenea había mucho más. Solo habían visto la punta del iceberg, una punta horrible y mortífera que podría serlo aún más.
—Por cierto, ¿sabes que Zale está en la mesa de allí contemplándote como si fueras un cuadro?
—¿Qué dices? —le preguntó Nora— Deja de mirarlo. ¡Disimula! No me está mirando a mí.
—Así que ya lo habías visto —le contestó con una sonrisa fraternal.
—Cuesta no verlo.
—Ya —le contestó sonriéndole de nuevo.
—No me mires así, si tú no vas a contarme nada, yo tampoco.
—Yo no tengo nada que contarte, Nora, pero lo tuyo con él parece tener posibilidades.
—¿Posibilidades? ¿Se puede saber de qué demonios estás hablando? Es un mujeriego, desde que hemos llegado aquí lo he visto hablar con distintas mujeres y… —Nora enmudeció al darse cuenta que había hablado más de la cuenta.
—¿Hablar? ¡Dios mío, Nora! Menuda ofensa, ¡Zale habla con mujeres!
—No te burles, sabes lo que quiero decir —le dijo Nora frunciendo el ceño—. A mí no me gusta jugar con fuego pero él parece encontrarse en su elemento cuando lo hace.
—Tienes razón, un ónice es peligroso —le dijo Alysa.
—¡Ya empiezas de nuevo! Que sea un ónice no es lo que lo hace peligroso, sino otras cosas —como sus ojos ambarinos, su sonrisa perfecta o sus labios besándome, pensó.
—Ahora que lo mencionas, está perdiendo puntos. No te conviene. Mejor aléjate de él.
—Te lo estás tomando a broma, ¿no? —Alysa se acercó a Nora y le cogió la mano nerviosa que no dejaba de mover.
—Nora, esto es lo único que no apesta entre tanto drama. ¿Qué demonios vamos a hacer nosotras aquí dentro? —le preguntó. Las dos miraron a su alrededor y Nora clavó los ojos en Zale.
—No lo sé, pero espero que quien sea se apiade de nosotras.
…
Un par de terrenis no dejaban de saltar de una pared a otra dentro de una habitación cerrada como si fueran un par de pelotas. Y si la sala no hubiera estado debidamente preparada para poder soportar semejantes golpes, esa habitación se hubiera doblegado con la misma facilidad que un castillo de naipes.
—Creía que serías mucho más… —la provocó Gerald mientras recuperaba algo de aliento.
—¡Cuidado con lo que vas a decir! —lo amenazó Lilah saltando de nuevo para atacarlo.
—Iba a decir débil, pero veo que eres muy fuerte.
—Claro que lo soy.
Entonces Gerald aprovechó un desliz de Lilah para agarrarla por la cintura mientras ella no comprendía su extraño ataque. Gerald era tan alto que Lilah se sentía como una menuda niña a su lado. Aunque por extraño que pareciera, a pesar de su gran tamaño y complexión musculosa, no le temía.
Durante el entrenamiento él había estado luchando limpiamente, tal y como había prometido y sin usar ni uno de sus poderes. Habían peleado mano contra mano y piel contra piel. Un ejercicio puramente físico que había ayudado a Lilah a desprenderse de toda su tensión acumulada.
—Esto solo hace preguntarme cómo será ser tu Escolta —le dijo Gerald en un susurro que la avergonzó.
—¡Cállate! —le gritó Lilah— Tú no entiendes nada —ni a mí ni a un topacio imperial, pensó.
—¿Por qué te molestas tanto? Debería ser algo natural para ti.
—Natural será el día que encuentre mi Esolta. Pero querer presionarme así, me hace sentir como un objeto.
—¿Crees que quiero hacerte daño?
—No sé lo que quieres. Y lo poco que sé de ti es que estás obsesionado en ser alguien que no sé si puedes ser.
—¿Obsesionado? —le preguntó dejándola libre—. No tenía ni idea que pensaras eso de mí. Quizá he sido demasiado directo —le contestó Gerald apartándose de ella—. Discúlpame, a veces soy muy bruto.
—Pareces ser el tipo de hombre que siempre consigue lo que quiere a cualquier precio.
—Yo solo deseo lo mejor para los nuestros —le dijo sin titubear.
—Eso suena muy de una Rosa Dorada.
—Por si no te habías dado cuenta —le dijo con una sonrisa un poco triste—. Yo soy una de ellas.
—Eso parece.
—Debo aprender a darte tu espacio —se disculpó Gerald ofreciéndole una botella de agua.
—Te lo agradezco —Lilah la aceptó mientras se fijaba en que Gerald abría la puerta.
—¿Nos vemos mañana? —le preguntó. Lilah guardó silencio— Prometo cambiar —le dijo.
—Mañana está bien —le contestó ella sin mucha confianza.
—¿Lo prometes? —le preguntó él tendiéndole la mano.
—Siempre que tú cumplas tu parte —le dijo ella.
Ambos se dieron un fuerte apretón de manos para sellar su trato. La mano de Gerald era fuerte, grande y segura. Ese terrenis parecía bastante leal a los suyos y a pesar que ella en un principio lo hubiese encontrado tosco y poco amable, empezaba a comprenderlo. Quizá Lilah se había mostrado arisca con él por su incapacidad como topacio imperial y había pagado toda su frustración con quien no debía. A lo mejor ese hombre que ahora se estaba alejando por el pasillo solo quería ayudar a los suyos… En definitiva era una Rosa Dorada y había sido entrenado para eso, ¿no?
—¡Por fin apareces, Lilah! —la llamó Nora corriendo hacia ella— ¡Dios mío! ¿Estás sudando?
—Estaba entrenando con Gerald.
—¿Se puede saber que le ocurre contigo? —le preguntó Alysa uniéndose al grupo.
—No lo sé.
—Quizá… —insinuó Nora con una sonrisa pícara.
—No es eso, ¡boba! Quiere ser mi Esolta.
—¿Tú qué? —le preguntó Nora con el rostro confundido.
—¿Es que no aprendiste nada en clase? —le recriminó Alysa haciendo alarde de sus conocimientos—. Como topacio imperial Lilah tiene el poder de transferir sus habilidades. Gerald quiere ser su recipiente.
—¿Eso es todo? Entonces deja que lo sea —le dijo Nora con pragmatismo mientras Alysa ahogaba un grito de frustración.
—Ser mi Escolta exige mucha más confianza —le aclaró Lilah—. Significa darle prácticamente todo mi poder.
—Aclara eso de «todo mi poder» —le dijo Nora frunciendo el ceño.
—El suficiente como para dejar mi vida a su merced.
—Suena terrorífico.
—¡Por fin te das cuenta! —le dijo Alysa mientras Nora abrazaba a Lilah para consolarla.
—¿Y vas a hacerlo? —le preguntó Alysa con preocupación— ¿Permitirás que Gerald sea tu Escolta?
—¡No lo sé! Son cosas que no decido conscientemente pero él está tan empeñado en lo contrario. Se lo he explicado mil veces pero no hay manera. ¡Es un cabezota!
—¿Y no te parece extraño que él quiera ser tu Escolta? —le preguntó Nora mientras acurrucaba su cabeza en el hombro de Lilah.
—Todo de él me parece extraño. Dice que un día va a necesitar mi poder.
—¿Para qué?
—Ni idea.
—¡Esto es tan frustrante! —se quejó Nora— No llevamos ni un día aquí y tenemos más preguntas que antes.
—Tómatelo con calma —le aconsejó Alysa abrazándolas a las dos—. Sospecho que por aquí son siempre así las cosas.
—¡Pues empezamos bien! —se lamentó Lilah mientras se fijaba que Gerald acaba de girar la esquina del pasillo y ya se había cambiado de ropa— ¿Cómo demonios voy a confiar en él? Si siempre parece estar de mal humor.
—Es algo reservado pero parece de fiar —le dijo Nora consolándola porque creía que ser de fiar era un atributo muchísimo mejor que ser un mujeriego—. Al menos parece que se toma en serio eso de ser una Rosa Dorada.
—¡Claro! Puede ser un psicópata pero como apenas habla, nunca lo sabremos.
—Contigo lo hace —puntualizó Nora—. Hablar, quiero decir. Contigo habla bastante.
—Por este maldito poder mío —le contestó Lilah tirando de sus rizos en un tic nervioso—. Pero seguramente cuando vea que no puede ser mi Escolta me dejará en paz.
—No lo sé —le contestó Nora. Entonces se apartó de sus dos amigas porque acababa de ver algo—. Allí va Reik con Nathael. ¿Los ves, Alysa?
—No estoy ciega —le dijo con aspereza mientras no apartaba los ojos de ese par de hombres uniformados.
—Y esa de allí es… ¡mi prima! —se alegró Nora—. Voy a saludarla.
—¡Espera! —la detuvo Alysa— Creo que va con ellos —le explicó mientras se fijaba que Amaranta seguía a Reik y Nathael como si fuera un perrito faldero—. ¡Maldición! Seguro que están tramando algo estos tres. Necesito enterarme de qué se trata.
—¡Déjalo ya! —le aconsejó Lilah— Cada vez que hemos intentado hacer las cosas por nuestra cuenta no han salido bien.
—Esta vez será diferente. Aprendo de mis errores —le contestó Alysa.
—¿Qué vas a hacer? —le preguntó Nora que conocía esa expresión fiera de su amiga.
—Me largo a escucharlos. Después os lo cuento todo —se despidió.
—¡Alysa! —la llamó Lilah— ¿Dónde demonios se ha ido? —preguntó con asombro porque ya no la veía por ningún lado.
—Ni te molestes en buscarla —le explicó Nora—. Ella es así, un diamante impredecible.
Lilah suspiró y Nora se apoyó contra la pared del pasillo mientras se fijaba en la espalda de su prima Amaranta. Parecía una chica frágil y débil rodeada por tantos hombres fuertes y poderosos. Entonces recordó el gran poder que escondía un cuerpo tan menudo y notó un escalofrío. Algo en esa imagen le pareció poco natural.
—¿Te encuentras bien? —le preguntó Lilah ante el repentino silencio de Nora.
—Claro, esperemos aquí hasta que llegue Alysa.
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¡Holaa, guapa! 🙂
Vaya, en primer lugar, me ENCANTA la imagen que has utilizado para esta entrada jiji que chico oye 😀
Gracias de nuevo por incluir mi blog en las WEBS MOLONAS ^^ me hace mucha ilusión ♥♥♥
Por cierto, me apunto «Colores mágicos» tiene buena pinta.. ¡ay! estoy hecha un lío porque quiero leer tanto y no puedo, bueno poco a poco 🙂
Besitos, ¡nos estamos leyendo! ♥ 😉