COLORES MÁGICOS
Profecías impuestas V
Veinte. Ni uno más ni uno menos. Número exacto para desatar lo impensable. Veinte jóvenes peones a la merced de un tirano. ¿Quizá estos títeres poseen más cabeza de la esperada?
Capítulo 6 – El primer despertar.
Los veinte terrenis elegidos para formar parte del proyecto Atenea llevaban más de ocho horas metidos en un avión. A esas alturas de su trayecto, ninguno tenía claro si era el seleccionado para llevar a su raza a otro nivel o más bien un rehenes obligado a cumplir órdenes suicidas. Ninguno lo podía saber porque bajo palabras textuales del profesor Greg, estaba terminantemente prohibido hablar hasta nuevo aviso.
A Alysa le había tocado sentarse alejada de sus amigas, en el pasillo y separada por dos asientos vacíos de un chico del que lo único que sabía es que se llamaba Alfred, era tres veces mas grande que ella y llevaba el cabello muy corto.
—Necesito ir al baño —le dijo Alfred después de horas de silencio. Alysa se levantó para dejarlo pasar mientras veía la cabecita de su amiga Nora entre las filas de los asientos delanteros y su mano asomando en señal de saludo.
—¡Señorita Fleen! —la reprendió rápidamente Catherin, el bulldog que parecía haber contratado La Cruz del Sur para martirizarlas— Nada de molestar al resto de los compañeros, baje la mano ahora mismo.
—Lo siento —se disculpó Nora. Alysa apretó la mandíbula de impotencia. Lo que más la molestaba a ella, y seguramente al resto, era el mortal silencio. ¿A caso no les contarían nada?
…
Cuando todo parecía que no podía ir a peor, estaba la realidad para demostrar lo contrario. Después de un viaje en avión de casi doce horas, les tocó montarse en unos todoterrenos plateados y seguir viajando en silencio mientras no dejaban de rebotar como pelotas por culpa de los malditos baches.
—Hemos llegado —les informó la profesora Catherin después de casi una hora de trayecto—. Ahora dense prisa y bajéense —les ordenó.
Todas ellas hicieron lo que les había pedido mientras empezaban a acostumbrarse a eso de no hacer preguntas. El lugar donde las habían llevado era tremendamente oscuro y frío, por eso, Alysa titiritó bajo su delgada chaqueta de punto y se preguntó dónde diablos estarían.
—¡Aquí no hay nada! —se quejó Lilah mientras tiraba con fuerza de su maleta rosa que por culpa de las piedras del camino se le había atascado.
—No sea impaciente y guarde silencio —le contestó Catherin mientras ayudaba a el resto de las estudiantes a bajar su equipaje.
En ese momento un fuerte estruendo resonó a través del cielo y unos potentes focos iluminaron el paisaje. Una descomunal cúpula metálica rodeada por una alta verja eléctrica se alzaba ante ellos para darles la «no bienvenida» a ese lugar inhóspito. Era un edificio frío, tosco, nada agradable y poco amistoso. Su cima se encontraba coronada por distintos aparatos que Alysa no logró reconocer, y eso para la mejor estudiante de ciencias y tecnología de La Cruz del Sur, pareció ser preocupante.
—¿Qué es esto? —preguntó Lilah con la boca abierta.
—Vuestro nuevo hogar —les aclaró el profesor Greg con orgullo.
—¡Pues es feísimo! —le contestó Lilah. Alysa y Nora se mandaron una mirada cómplice y asintieron. En ese lugar había algo más preocupante.
—¡Hogar, dulce, hogar! —exclamó Zale que ya había cogido su equipaje. Nora se fijó en la sonrisa de Zale y se preguntó porqué siempre se forzaba a sonreír de esa manera— ¿Quieres que te ayude? —le preguntó a Nora. Ella pestañeó, cogió su maleta y se apartó en silencio.
—Si quieres puedes ayudarme —le dijo Lilah a Zale. Él le guiñó un ojo, desatascó su maleta rosa y se la llevó.
A medida que Alysa se acercaba a la puerta blindada del descomunal edificio, más segura estaba que le resultaría imposible escaparse. Entonces, se sintió ansiosa, miró el bosque verde que se alzaba a su espalda y deseó escaparse. Si ahora me voy a lo mejor tendré una oportunidad, pensó, y en ese momento se cruzó con los ojos verdes de Vanir que se estaba acercando a ella.
—Ahora es tarde —le advirtió. Alysa entró en pánico y soltó su maleta como acto reflejo.
—No la cagues ahora —le dijo Reik cogiendola por el hombro. Ella lo miró asustada. Por suerte, él parecía estar tranquilo por los dos.
—No vamos a poder salir de esta —le contestó señalando la cúpula que poseía tecnología que no había visto en su vida.
—Podremos —le contestó con firmeza. Vanir resopló como si no lo tuviera tan claro—. Si ahora te largas van a atraparte, tienen toda la zona controlada por las cámaras —le recordó. Ella inconscientemente levantó la cabeza para buscarlas—¿Crees que podrías verlas? Ahora métete allí dentro y aprende.
—¿Aprender? —le preguntó algo confusa porque ella ya había aprendido mucho a lo largo de toda su vida. ¿Estaba ciego? ¡Era la mejor alumna de su escuela!
—Aquí hay mucho de lo que desconoces, mantente en silencio y aprende. Supongo que a la número uno de La Cruz del Sur le será fácil, ¿no?
—¡No soy idiota! —le contestó apartándose de Reik.
—No le hagas caso —le dijo Vanir atrapándola—. No te lo tomes a mal pero creo que en esto Reik tiene razón, eres algo peor que una idiota. Confías con demasiada facilidad —le dijo. Ella lo miró confundida mientras él la seguía.
—No te entiendo —le dijo Alysa— ¿Odias a todo el mundo o qué te pasa conmigo?
—¿Crees que te odio? —le preguntó Vanir con una media sonrisa.
—Sé que lo haces. Creo que nos culpas.
—El mundo es muy grande, si odiara a todos sería demasiado —le dijo. Entonces Vanir se quedó callado y Alysa creyó que él ya había dado por finalizada su conversación— ¡Alysa! —la llamó repentinamente antes que ella pudiera reunirse con Nora.
—¿Qué? —le preguntó dándose la vuelta.
—Yo no te odio, pero no creas que esto va a ser sencillo. Nunca lo es por mucho que te lo digan —le advirtió. Ella tuvo la sensación que Vanir le estaba hablando de su propia experiencia. ¿Sencillo?, se preguntó ella con amargura, a esas alturas no creía que nada pudiera ser sencillo.
—¡Señoritas! —las llamó el profesor Greg en ese momento—. A partir de aquí vamos a separarnos, ustedes acompañarán a la profesora Catherin.
—¿No vamos a estar juntos? —preguntó Lilah que estaba más interesada en los estudiantes de Las águilas doradas que en el proyecto Atenea.
—Por supuesto que no, La Cruz del Sur estará en el ala este y Las águilas doradas en el ala oeste.
—¡Qué mal! —se lamentó. Esto reducía drásticamente sus opciones para conseguir un buen marido.
—Aquí no estamos para satisfacer sus caprichos —le contestó el profesor Greg como si pudiera leer sus pensamientos—. Haga el favor de hacer lo que se le ha pedido —le ordenó.
…
Mientras Alysa se alejaban con su profesora no pudo dejar de pensar en que aquello cada vez iba de mal en peor. Ahora no solo le costaría un mundo salir de allí sino que encima, si pretendía hacerlo con la ayuda de Reik y Zale, no sabía cómo podrían prepararlo todo si estaban incomunicados.
—Alysa, ¡anímate! —le dijo Lilah al verla tan seria—. Seguro que encontramos una forma de verlos por la noche.
—No es lo que te estás imaginando, no te confundas —le contestó. En realidad, ella solo quería encontrarse con Reik y Zale para poder ser libre e intentar ser feliz en un maldito mundo donde nunca lo había podido ser realmente.
—Tú también no disimules, Nora —contraatacó Lilah de nuevo—. Sé que eres muy cercana a Zale.
—¿Cercana? ¡No sé cómo podría serlo! —le contestó Nora.
No solo los separaban una cantidad absurda de acero, trampas, aparatos y a saber qué más cosas horribles sino que existían otros muchos muros intangibles y más imposibles de sortear. Zale no era un terrenis común, no solo por el hecho que era un ónice, sino que podría decirse que se conocía demasiado bien a sí mismo y a todas las jovencitas, como para poder fiarse de él. Seguramente ese canalla la terminaría engañando, le contaría mil y una mentiras de su vida y después, cuando ella se hubiera creído todo sus fantasía de arriba abajo, la soltaría como un juguete pasado de moda y oxidado. Por eso, en el fondo a Nora no le preocupaba demasiado estar alejada de él y de todos los otros terrenis, no, cuando su amiga estaba inusualmente nerviosa y todo ese proyecto secreto no hacía nada más que ser más y más retorcido.
Las diez estudiantes de La Cruz del Sur se perdieron a través de pasillos laberínticos mientras Alysa no dejaba de observarlo todo para memorizarlo. Entonces la señorita Catherin se detuvo delante de unas puertas metalizadas.
—Sus habitaciones son correlativas —les informó—. Aquí tienen sus tarjetas identificativas —les dijo repartiéndolas—. Bajo ninguna circunstancia pueden salir de sus habitaciones a no ser que sean llamadas.
—¿Vamos a pasarnos el día aquí encerradas? —le preguntó Nora alarmada.
—Créame que lo último que hará es pasarse el día tumbada en la cama. Por hoy descansen, han tenido un viaje muy largo. A las siete en punto de la mañana las espero aquí mismo para empezar con el entrenamiento.
—¿Entrenamiento? —le preguntó Alysa.
—¿Dónde diablos creían que iban?
—No lo sé —le contestó ella clavándole sus ojos—. Nadie nos ha contado nada, en realidad.
—Controle ese tono de prepotencia. Aquí deberán acatar órdenes sin protestar, esa es la primera norma inquebrantable de la base —le dijo Catherin.¿Base?, se preguntó Alysa, pero como ya se había mostrado irrespetuosa una vez, decidió guardar silencio y hacer aquello que Reik le había pedido.
—¿Está diciendo que esto es una base militar? —le preguntó Lilah.
—Es más que eso, es una base de desarrollo tanto físico como científico y tecnológico —le contestó. Su explicación les hizo entender con bastante claridad que aquello era una base militar avanzada, con científicos y tecnología, pero militar al fin y al cabo—. Estáis en la Primera base.
—¿Entonces hay más? —la interrogó Lilah— Como ha dicho primera.
—¡Basta de preguntas por hoy! —la reprendió— Vayan a dormir. Hasta mañana, señoritas.
…
Al pasar la tarjeta identificativa por el pomo de la puerta Alysa notó aquello que ellos llamaban “retorno”. El retorno era una barrera contra cualquier tipo de magia de los terrenis. Era usual en los centros educativos, sobretodo entre los terrenis más jóvenes e inexpertos. Pero ese retorno tan potente en su propia habitación la inquietó. Perfecto, se lamentó. ¿De qué tienen tanto miedo? Alysa sonrió maliciosamente porque no iban tan desencaminados.
Alysa se sorprendió cuando entró en la habitación. Era agradable, a decir verdad, más que eso, bonita. Las paredes se encontraban pintadas de un relajarte blanco y en una de las esquinas, habían colocado una planta verde que se alzaba hasta el techo. La cama en el centro era la protagonista de la habitación y a su lado, se encontraba un armario que llegaba casi de punta a punta de la pared. Alysa se acercó y lo abrió mientras se lamentaba por todo ese montón de espacio desaprovechado porque apenas llevaba ropa. Entonces notó algo mullido bajo sus pies y se fijó en la alfombra verde que la llevó hasta una puerta cerrada. Detrás se encontró con un baño. Práctico y moderno. Con un plato de ducha blanco y una pica superpuesta. ¡Esto es impresionante!, pensó lavándose el rostro, porque ni en La Cruz del Sur, un colegio de élite, poseía semejantes habitaciones lujosas. En ese momento Alysa contempló su rostro ojeroso en el espejo y decidió irse a dormir para recuperar fuerzas y poder pensar con mayor claridad. Buenas noches, Alysa, se deseó a sí misma.
…
A las seis en punto de la mañana una fuerte sirena resonó en la cúpula acorazada con tanta intensidad, que Alysa creía que iba a morir allí mismo. ¿¡Qué ocurre!? Entonces corrió lo más rápido que pudo hacia la puerta de su habitación para salir de allí cuanto antes. El pomo parecía roto o no funcionaba correctamente porque por más que intentó moverlo, aquella puerta no se abría. Entonces atemorizada y mientras ese pitido no dejaba de perforarle los oídos fue a buscar la maldita tarjeta para intentar abrirla pero por más que la acercaba al pomo no ocurría nada. Entonces, una voz robótica que parecía nacida de la nada, empezó a hablarle.
—Buenos días, jóvenes terrenis —saludó. Mientras hablaba, Alysa localizó un altavoz colocado en una de las esquinas de su habitación—. Hoy empieza oficialmente su formación en el proyecto Atenea. Tienen veinte minutos para vestirse con su ropa deportiva.
Con esa escueta información la voz robótica junto al pitido infernal se apagaron. ¿Esto es una maldita cárcel? ¿Cómo se encontraría Nora? Ella era lista, fuerte e independiente pero a pesar que Alysa la quería por encima de todo, también era plenamente consciente de sus limitaciones. ¡Esto es una mierda!, se lamentó mientras encendía la ducha y el agua salía helada.
…
A las seis y veinte minutos en punto, todas las terrenis se encontraban en el pasillo. Colocadas en fila delante de sus respectivas puertas y vestidas con el uniforme deportivo de La Cruz del sur; un chándal azul con unas rayas blancas en los puños y una gran cruz religiosa a sus espaldas como si esa fuera la cruz vertebradora de sus propios cuerpos.
—Buenos días —las saludó su profesora Catherin—. Esta tarde se les entregará el nuevo uniforme. Ahora síganme y vayamos a desayunar.
—¿Nos dejarán desayunar? —le susurró Nora a Alysa mientras se encontraban siguiendo a su profesora.
—Yo también lo dudaba. ¿Cómo has dormido? —le preguntó Alysa.
—Como he podido, pero esta mañana casi me da un infarto con la sirena. Si cada día va a ser así…
—Creo que lo será —le dijo Alysa para que empezara a mentalizarse.
—¡Señorita Creisores! Haga el favor de guardar silencio, nada de cháchara por los pasillos.
—Lo siento, señora —le contestó Alysa mientras miraba a Nora, le guiñaba un ojo y seguía el trayecto hasta la cafetería en silencio.
Una cafetería sorprendentemente normal. Allí es donde desayunarían las estudiantes de La Cruz del Sur junto a los estudiantes de Las águilas doradas. A su izquierda se encontraba una zona con una gran variedad de apetitosos manjares para desayunar y a la derecha, se encontraban unas largas mesas de madera maciza con sus respectivas sillas.
—Esto está mejor de lo que me había imaginado —exclamó Lilah mientras saludaba con la mano a los chicos.
—Tienes razón pero, ¿se puede saber por qué no hay más gente? —le preguntó Nora a Alysa.
Era algo que Alysa ya se había percatado En los pasillos no se habían cruzado con nadie y cuando casi le había parecido ver a un hombre vestido con un traje gris, les había dado esquinazo metiéndose dentro de un ascensor.
—Creo que nos evitan y observan, es espeluznante —le contestó Alysa.
—Hombre, aquí podemos estar con ellos —les dijo Lilah señalando a los chicos terrenis que estaban sentados desayunando.
Alysa se paseó por la zona de la comida y rápidamente cogió su desayuno. En realidad no le apetecía comer nada en absoluto pero era consciente que no podía debilitarse. Entonces buscó a sus amigas y se fijó que Lilah se había sentado al lado de unos estudiantes de Las águilas doradas. ¿Por qué?, se lamentó acercándose a ella.
—Buenos días —la saludó Reik cortándole el paso.
—Hola —le contestó ella. Alysa se fijó que iba vestido con el chandal de Las águilas doradas negro y dorado. —. ¿Por qué me miras así? —le preguntó porque no dejaba de sonreírle.
—Nos vemos después en la sala de entrenamiento. Lo estoy deseando —le dijo.
—¿Vamos a entrenar juntos? —le preguntó ella bastante sorprendida. Reik asintió.
—Supongo que tu profesora te lo explicará después de desayunar.
—Supongo —le contestó ella molesta porque su profesora Catherin no se había molestado a explicarle nada—. Esa mujer no nos cuenta nada.
—Tampoco te creas que Greg habla mucho. En fin, me voy o me pondrán una falta. Nos vemos después, tengo ganas de ver qué puedes hacer.
—Ya lo sabes —le contestó Alysa—. El que ahora tiene que impresionarme eres tú.
—¿Crees que ya me has impresionado? —la provocó Reik.
—Evades lo que acabo de decirte. ¿Tienes miedo? —le preguntó Alysa con una sonrisa burlona.
—Ya veremos —le dijo Reik mientras una llama roja palpitaba en sus ojos—. Hasta después.
Alysa espió a Reik hasta que se esfumó de la cafetería. Reik era un chico alto y con clase, sus movimientos siempre eran precisos y ese chándal negro y dorado parecía el idóneo para él.
—Parece un maldito príncipe —le susurró Nora a su lado.
—Me gustaría más que fuera el bufón de la corte —le contestó Alysa con sarcasmo porque tenía toda la razón.
…
Antes que Reik pudiera dirigirse a la sala de entrenamiento para empezar con su primer día de entrenamiento, se cruzó con su amigo Zale.
—¡Zale! ¿Qué haces aquí en medio del pasillo solo? Nora está…
—Sabes que no podemos equivocarnos —le dijo muy serio.
—¿Y esto a qué viene?
—Alysa —le recordó acercándose a Reik.
—Ella va a hacerlo bien —le dijo mientras se aseguraba que el pasillo se encontraba vacío.
—¿Cómo lo sabes?
—Porque he visto que no le gusta perder y si la provoco, lo hará bien.
—Más te vale, estamos en el punto de mira y últimamente ella no ha sido muy brillante. Su actitud es rara —le dijo Zale.
—Cállate, no vuelvas a decirlo en voz alta. Lo tengo controlado. Soy yo, ¿recuerdas?
—Confío en ti pero… —le dijo. Reik le pasó una mano por encima del hombro.
—Entonces no debes preocuparte por nada —le dijo. Zale se lo miró un instante y se rindió.
—Nos vemos después del entrenamiento. ¡Dios! No llevamos aquí ni un maldito día y esto ya apesta —se despidió Zale.
—Tienes razón —murmuró Reik.
Próximo capítulo…
¡El primer entrenamiento! Nervios, incertidumbres y muchas novedades. En la Primera base nada es común ni ordinario. ¡Incluso un vulgar día de entrenamiento puede convertirse en algo peligroso y letal!
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